lunes, 13 de julio de 2009

Hiromi y Rata Blanca

Noche de conciertos la del sábado pasado...
Vayan por delante dos cosas. Una: esta entrada es meramente subjetiva, no soy cronista de... y dos: Me temo que, a pesar de lo poco que le guste a mi amigo Iván que haga estas cosas, durante al menos una semana, dejaré de citar en el blog libros de otros, poemas de otros, dejaré de citarme citándo, y plagaré de gilipolleces propias lo que de de sí mi cabeza; pero una cosa es cierta, me escudaré como pueda en un sospechoso y titubeante halo de personajillo torvo y torpe.
Todo esto para afrontar el comentario al concierto de Hiromi Uehara del sábado en Ciudad Real sin sentirme responsable de lo que diga, porque lo que diga es meramente subjetivo... Dioses de mi vida, qué ganas de matar a alguien, qué ganas de ejercer de abuelo cebolleta, que impoténcia, qué rabia y qué mierda... Así me sentí el sábado en el patio del museo López Villaseñor de Ciudad Real, embutido como sardina en lata en una silla de plástico, muerto de calor y deseando tener un kalasnikov a mano.
Es inevitable y a todos os habrá pasado alguna vez. Si no te toca en más alto delante, te toca el más pesao, el más borracho o el más pijo, pero siempre hay alguien que tiene que joderla. Y a Mercedes, a Santi y a mí nos tocó la china más gorda el sábado.
Cuando horas más tarde estábamos rodeados de ordas heavys exhultantes, os juro que los eché de menos en el precioso patio donde tocó la adorable pianista japonesa. Eso sí es un público, joder, y no lo que nos tocó viendo a Hiromi.
Puntualizaré ahora. Hiromi es impresionante, apabullante, divertida, absolutamente genial. Te entran ganas de llevártela a casa o de al menos pedirle que te lleve con ella, o simplemente de arrodillarte y colmarle de reverencias. Sin embargo el concierto para mí fue un suplicio, un polvo en una cama con muelles sueltos, una carrera con cristales en los zapatos, un beso con sabor a ajo. Imaginad que vais por primera vez a ver Casablanca al cine y a tu lado se sienta alguien que ejemplifica aquello que más te irrita, pues así fue.
Después de quedarme con un palmo el viernes, sin entrada para ver a Avishai Cohen, y lamentar mi desorden vital una vez más, cuando salió Hiromi el sábado compruebo con tristeza que hay butacas vacías sueltas a pesar del cartel de "agotadas localidades" que había al entrar. Debía haber llorado un poco el viernes, pensé, haber pedido un rincòn, algo, y no haber dejado pasar la oportunidad de haber visto lo que oí comentar por los pasillos que había sido un concierto alucinante.
Con esa idea miré a mi alrededor temiendo lo peor. A mi lado una mujer con cara de aburrida encendía su segundo cigarrillo y enviaba su tercer sms de móvil, mientras miraba alrededor buscando no sé qué. Me dije no seas malo, pero lo pensé (funcionaria sale de marcha y amigas funcionarias le dan plantón...) Delante de nosotros, dos señoras respetables de unos sesenta o más nos deleitan con sus perfumes espesos, sin parar de moverse en sus sillas. Y justo delante de mí se sienta una pareja de foto. Él, estirado y joven, ella guapa y enamorada que está allí por él. En esto que sale la concejala de cultura y lanza una perorata tan innecesaria como irritante. Menos mal que los niños son como son, y unas filas más atrás se oye decir a una niña "por qué habla tanto esa señora, mamá?" Lo cual consigue relajar el ambiete que nos rodea. Miramos al cielo, decimos algo por lo bajini y por fin se va la concejala y sale Hiromi...


Un piano solo en el escenario ya hacía presuponer que venía sin banda, pero a los dos segundos uno piensa, qué más da... Ya lo dije antes, apabullante, bella, increible, divertida... A los dos segundos por fin la sensación de "estoy en el sitio adecuado en el momento adecuado"... pero no... esto es un acto social... así que mi vena anacoreta, mi emotivo hulk privado comienza a rebullir en mi interior. La gente no para de hablar, la funcionaria no deja de fumar, las viejas de moverse, y la pareja de hacerse arrumacos, ergo, no vemos un pijo, hace un calor que te mueres, y cuando te empiezas a relajar y a dejarte llevar, te pinchas con un muelle, te tiran de la cama y empiezas a lamentar ser tan educado...
Mientras Hiromi se deja la piel y la vida sin dejar de sonreir, de moverse, de disfrutar y sufrir como una loca genial, unos metros más atrás Santi comienza a cabrearse, Mercedes de momento ve algo y está relajada, y yo dejo de entender nada y darme de bruces con todo. Me entran ganas de pregnutar a la pareja, a las viejas y a la funcionaria qué coño hacen ahí, pero me reprimo pensando que soy un quisquilloso y que me relaje de una vez, pero no hay manera. Sé que estoy presenciando algo alucinantemente hermoso, pero de lo que va a ser imposible que disfrute una mierda, y mi cabreo se hace latente, que no patente. Santi sí, Santi no puede más y se levanta y se va atrás, a la barra a ver lo que queda de concierto de pie. Mercedes suspira y yo, por no matar a la parejita de enamorados, por no decirles que sí, que ya ha quedado claro que él es un ser sensible, que ya la ha impresionado llevándola a un concierto de jazz, pero que no sufran más, que ella ya está enamorada de él, pero que se aburre (no para de moverse y decirle cosas, lo mismo que él) que encima hace calor y que no pasa nada si se van a pasear su amor por ahí, cojo y me cambio de sitio, adonde estaba sentado Santi, detrás de las viejas, pensando que peor no iba a ser... Anda que no.. No sé si ambas estaban aquejadas de alguna especie de hongo, o si padecían de pérdidas leves de orina o qué coño pero aquello era un sin vivir. No dejaban de moverse, de ladear la cabeza, de buscar la cómoda postura que a todas luces era imposible que fueran a encontrar, y yo ya desistí de intentar ver nada y asombrarme cada cinco segundos de la maestría infinita de aquella pequeña japonesa de 25 años. A cerrar los ojos y disfrutar, me dije... Y una mierda... La funcionaria, aburrida ya, empezó a mandar mensajes en un móvil al que nadie le ha explicado que puede quitarle en sonido de las teclas, se encendió otros dos cigarrillos y empezó a hacerle comentarios a la que, supuse, era una conocida sentada delante de ella.
Imposible... digno de haber protagonizado mi propio "día de furia", mi "club de la lucha", mi "cabo del miedo"... pero Hiromi hubiera dicho que no volvía más a ese pais de locos y me tragué la mala leche como pude, deseando con todas mis fuerzas que apareciera de una vez Godzilla y arrasase con todo... Supongo que solamente es cuestión de suerte... con Wilco y Depedro (los dos últimos conciertos que he ido) la cosa fue casi perfecta... y no quiero caer en sectarismo ni ruindeces tipo, era Ciudad Real, los visones no salen a pasearse en verano pero las que los llevan sí... No, en todos los conciertos hay gente así, y a nosotros nos tocó el sábado... Además, acabo de hablar con Teo, que también estuvo y estaba aún alucinado, que lo vio perfecto, la gente genial, que nunca ha visto a nadie tocar así el piano y todo precioso... Cagüen...
El concierto, sí, fue la ostia. Pero para mí fue una tortura. Como el mejor polvo en el peor sitio del mundo. Para más inri, la gente salía escopetada cuando Hiromi salió de nuevo a tocar una canción más y a decirnos, como buena y alucinante japonesa que es, lo agradecida que estaba de haber tocado para nosotros y ver las sonrisas de la gente (no, las nuestras no, nosotros estábamos detrás...). Salí pensando que "no volvía más al ave", que los actos sociales culturales no son sitio para mí, que sí, que soy un despreciable eltista de los cojones pero que ya debería saber que estas cosas son así, que si vamos cuatro está mal, pero que si la cosa se convierte en un acto social figurativo peor toadavía... en fin, no sé, no era mi noche... si al menos hubiera sido un mal concierto, pero es que aquella señorita tocaba como nunca había visto. Tiene, a parte de una técnica apabullante, una capacidad de improvisación inagotable, un discurso tan vasto que es imposible abarcar, tan sólo disfrutar...

Salimos de allí apesadumbrados y nos fuimos a Miguelturra al muxismorock festival... A ver a Rata Blanca... Bendito metal y benditos metaleros... Y qué publico... Melenudos con minis de cerveza, camisetas monstruosas, puños en alto, cuernos... en la gloria, oiga... De verdad... La gente iba a disfrutar, a disfrutar cuanto pudiera, a empaparse de una música sobrecargada, que si bien uno no estaba muy receptivo frente a ese rock de malabarismos guitarrísticos heredero de guitarheroes y raigambre clásica via Rainbow, a mí me hizo sonreir y apreciar lo que de bueno tenía (peazo guitarrista, tu). Incluso esas letras un tanto sonrojantes de hadas y dragones y sentimientos tan básicos como reales me supieron a gloria. Hasta hubo un maravilloso momento donde la visión de una increible mujer que apareció y desapareció como por arte de magia, me hizo levitar... No sé si fue la tensión acumulada, pero hubo risas, cuernos al aire, más risas, comentarios mordaces y desternillantes de Santi... y el público heavy, que a veces es lo mejor del mundo para reconciliarte con el mundo. El único pero es que no sé cuándo ni cómo se evaporó aquella mujer que estuvo a nuestro lado casi todo el concierto y a la que no pude verle la cara del todo... Esa noche dormí como un bendito y soñé con Hiromi...

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