miércoles, 10 de noviembre de 2010

"El pentateuco de Isaac", de Angel Wagenstein

A veces pienso que debería releer, coger alguno de esos libros que pienso que me marcaron y enfrentarme a ellos de nuevo, pero siempre me da miedo y al final cojo algún libro de la librería, al cual aún no le haya incado el diente y me pongo a ello, salvo con Bulgakov o Hrabal, con esos dos autores nunca tengo miedo, es más, sé que sólo cuando los releo estoy yo y el disfrute de leer por leer, bordeando el regodeo enfermizo de saborear frases y frases y recordar cosas que había olvidado de ellos. Luego están los que releo pero "a trozos", los libros que saco de la estantería y leo un par de páginas al azar, o busco frases subrayadas; ahí están Miller, Fresán, Kis, Jergovic, Michon, etc... La semana pasada cogí "Los detectives salvajes" con la férrea intención de releerlo, y ahí está, en la mochila, de acá para allá, comenzado como si fuera la primera vez (es lo que tienen las grandes novelas de Bolaño pasado un tiempo prudencial, que siempre son igual de nuevas, de terribles, de verdaderas). Ante la parálisis que me causó enfrentarme a la generación Granta y la desidia de la Nocilla, no se me ocurrió nada mejor; sin embargo, un par de conversaciones este fin de semana han hecho que vuelva a releer otro libro, éste leído hace relativamente poco, pero del cual nunca hablé en este blog. "El pentateuco de Isaac", Ed. libros del Asteroide. Desde este blog ya he expresado mi amor hacia la labor de esta editorial, su catálogo hace feliz a cualquier bibliófilo que se precie, cuidada encuadernación, diseño, traducciones, tipo de letra, tacto (tanto de las hojas como de las portadas, las cuales, tras unos inicios dubitativos (papeles de gramaje justo pero que se manchaban con mirarlos) pronto dieron con la fórmula). Que una editorial en menos de cinco años de vida se haga con la etiqueta de "editorial fiable a ojos cerrados", no es moco de pavo.

Cuando leí "El pentateuco de Isaac" la primera vez me agarré a él como un equilibrista fallido que en plena actuación se sujeta al alambre que le rasga los dedos. Me salvó, y eso fue suficiente para mí. Yo no soy crítico literario, ni lo pretendo, tengo mi filias y mis fobias pero no sé teoría literaria como para juzgar de  esa manera un libro; a esto hay que sumarle que tiendo a personalizar las lecturas, sé cuándo un libro está bien o mal, pero si yo estoy pasando por un mal momento, mi lectura se ve influida; no siempre me pasa, pero muchas veces sí. Esto nos llevaría al eterno dilema de si hay libros que hay que leer en determinada época de tu vida, o si hay libros con los cuales hay que enfrentarse cuando uno ha madurado como lector, pero no me quiero meter en un jardín cuyo jardinero hace años que nadie sabe de él y parece una selva. Digamos que un libro es algo vivo que cuando se cruza en la vida de uno, si es el momento, será el amor de tu vida o tu mejor amigo, y si no es así, pues será un buen amigo, un conocido, un familiar simpático, un sermoneador, o simplemente alguien que te cae gordo y no quieres volver a saber de él (añadid cada uno vuestra división, se acepta libro como bombero, puta de lujo, animal de compañía o chinche). Cuando me crucé con "El pentateuco de Isaac" lo leí a gusto, pero mi vida estaba tan dada la vuelta que se me metía por todos lados y poco daba de sí. El libro acababa de salir y  los libros eran lo único fiable que tenía en mi vida en esos momentos. Me gustó (cómo no, por babor), lo recomendé en la tienda y alguna de las personas que se lo llevaron volvieron a decirme que les había encantado (eso sólo me ha pasado con dos o tres libros en toda la historia de la Pecera) y siempre tengo uno en stock. Este fin de semana una amiga me contaba cómo escuchaba reír a su padre leyendo este libro mientras ella intentaba escribir su tesis (ánimo, campeona) y que estaba deseando que lo acabase para cogerlo ella, y otra amiga a la que insté a su lectura (de esos encuentros preciosos que uno tiene de vez en cuando) me escribió para agradecerme la recomendación. ¿Resultado? Ayer lo cogí y lo comencé a leer de nuevo. 

Se me ocurren montones de adjetivos, pero solamente diré que es un libro maravilloso. Lo reconozco, me ha dado rabia pensar que la primera vez lo leí un poco "por obligación" aunque me gustase, pero a la vez me siento redimido al haberlo cogido otra vez. Cosas que pasan. Tampoco hay que darle más vueltas. En su momento recuerdo leer blogs que decían que era una novela modesta que se limitaba a recoger chistes  protagonizados por judíos mientras se iba desgranando la historia de Europa a lo largo del siglo XX, pero es evidente que el objetivo de este libro no es únicamente el humor, y no lo digo sólo porque es inevitable que el libro pase por el Genocidio o las purgas soviéticas. Europa, siglo XX, la cloaca de la Humanidad. Tengo querencia hacia la literatura centroeuropea, no es la primera vez que escribo esta frase aquí, sé que hay gente que cuando viene a la Pecera es oír "Judíos y Europa" y salen corriendo, incluso oyendo "Europa, primera mitad del siglo XX", pero para mí es casi fundamental. La historia es "la de siempre": Un personaje modesto, Isaac Jacob Blumenfeld, nos llevará de la mano por gran parte del siglo XX a través de una vida cargada de anécdotas y de humor judío. La amargura siempre subyace bajo un humor brutalmente candoroso, sencillo, lleno de matices y totalmente descarnado. El chaplinesco espíritu de supervivencia lo inunda todo, y escribo esta frase por decir algo que defina de un golpe, por eso nos hace tanta gracia escuchar de su propia voz todo tipo de chistes y chascarrillos sobre lo avaro, lo respetuoso con la ley de Dios o la enorme habilidad para el comercio de los judíos. Nos reímos y decimos, sí, es verdad, estos judíos…pero en el fondo estás pensado, todos somos así...

Mientras avanzas por la historia de este polaco, austriaco, alemán o ruso (depende del momento de la historia en la que se encuentre) te preguntas cómo lo hará para ponerte de nuevo una sonrisa en la cara con el siguiente chiste, cómo hará para encajar un golpe más. No es un libro de historia ligero (novela histórica), en el que se presentan una serie de hechos históricos de manera novelada de esos que te enganchan pese a conocer de sobra el destino, y tampoco es un libro de humor, pero a la vez es las dos cosas. Yo estoy disfrutando como si lo leyera por primera vez, y me gusta fijarme en detalles que dejé pasar, esta bien que un "librero" se reconcilie con la literatura, sobre todo cuando hace que te rías como hace siglos que no te reías. Es más, ¿un libro puede matar? Sí, sin duda. Yo casi muero hoy. Mientras nadaba me he acordado de uno de los chistes de Isaac. Mejor no os cuento, pero sí, casi me ahogo, y hoy no estaba la socorrista guapa, estaba el pasota, que ni se ha movido de la silla a pesar del chou que he montado. Aún me sabe la garganta a cloro. A quién se le ocurre recordar la historia de dos judíos de dos pueblos cercanos que se ponen a discutir sobre cuál de sus rabinos respectivos tiene relaciones más estrechas con Dios y, por lo tanto, es más capaz de hacer milagros. “Por supuesto que es el nuestro”, dice el primero, “El pasado sabbat nuestro rabí se encaminó a la sinagoga, pero de repente empezó a llover a cántaros. No es nuestro rabí no tuviera paraguas, pero ya que el sábado no se debe hacer nada: ¿cómo lo iba a abrir? Miró al cielo, Jehová lo entendió enseguida y se hizo el milagro: por un lado, lluvia, por el otro, lluvia, y en el medio, ¡un pasillo seco hasta el propio templo! A ver, ¿qué me dices sobre esto?”. “Pues escucha lo que voy a contar: el sabbat pasado nuestro rabí regresaba a casa después de rezar. En el camino se encontró un billete de cien dólares. ¿Cómo recogerlo, si es un pecado tocar dinero? Mira al cielo, Jehová se dio cuenta y se hizo el milagro: por un lado, sabbat, por otro lado, sabbat, y en el medio, no me lo vas a creer, ¡era jueves!”. En el largo número 13 he tenido que parar un rato, menos mal que estaba en la parte que ya hacía pié...

Así es Isaac Blumenfeld, el cual dirige una carta a su cuñado, el rabino Samuel Bendavid, en la que le comenta el cumplimiento de sus cinco sueños, al modo del Pentateuco bíblico. Bendavid es el leit motiv de toda la obra, su alter ego con el que se desahoga y con el que sueña en las largas soledades de sus múltiples reclusiones.  A partir de ahí nos narra su vida, dirigiéndose al lector como si hablase con su cuñado o con un amigo cualquiera en una de las  tertulias de su sastrería. Una sastrería cuya especialidad, la de darle la vuelta a los abrigos para poder seguir utilizándolos unos cuantos años más como nuevos, refleja cómo los habitantes del pequeño pueblecito de Kolodetz  (Galitzia) han ido pasando, sin moverse de sitio, del Imperio Austrohúngaro a Polonia, de Polonia a la URSS, de la URSS al Tercer Reich y finalmente a Austria, como si le dieran vueltas y más vueltas a sus chaquetas. 

Un libro que mira hacia el mundo que le rodea con inocencia, aunque no evita lanzar miles de preguntas, preguntas que no tienen respuesta, o cuya respuesta mejor es ignorarla.


Título original: Петокнижие Исааково

Autor: Angel Wagenstein
Traducción: Liliana Tabákova
Editorial: Libros del Asteroide
Fecha edición: 2008
ISBN: 978-84-935914-6-5
Páginas: 316
18.95 €

Angel Wagenstein, (Plovdiv, Bulgaria, 1922), nacido en una familia sefardí búlgara, pasó su infancia exiliado en París. Regresó a su país siendo un adolescente, Durante la segunda guerra mundial, fue internado en un campo de trabajo, del que se evadió para integrarse en las filas de los partisanos. Arrestado y condenado a muerte en 1944, logró salvarse al entrar el Ejército Rojo en Bulgaria. Finalizada la guerra, cursó estudios cinematográficos en Moscú y empezó una larga y reconocida carrera como guionista y realizador. Su carrera literaria comenzó tardíamente con la publicación de la novela El Pentateuco de Isaac (1998), que fue el inicio de una ambiciosa trilogía dedicada al destino de los judíos en la Europa del siglo XX que completaría más tarde con Lejos de Toledo (2002) y Adiós, Shangai (2004), ambas editadas también por Libros del Asteroide. Actualmente vive en Sofia.

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