viernes, 10 de diciembre de 2010

Zoo o cartas de no amor, de Viktor Shklovski


La brutal desidia de las mañanas perdidas, colocando libros que ni siquiera abriré, abriendo otros que miro y huelo como si esperase que por ósmosis se puedan instalar todas esas palabras en los pliegues de mi masa gris, provoca que a veces me sienta herido y a la vez hastiado de libros. Se me acumula el trabajo y hay días que me cabreo con los propios libros. Les hablo, les insulto, los desprecio, pero hay otros que me hacen no decir nada, y entonces, por un par de minutos me reconforta ser librero, lo cual no es algo muy común. Cuando viajo siempre intento estar en posesión de media hora para meterme en alguna librería, a sufrir por lo que La Pecera no puede ser y a trastornarme un poco más decidiendo si me llevo algo o si apunto a escondidas para no olvidar el título del libro que quiere que me lo lleve. Hay tantas novedades y rediciones que hago una criba de la criba, me sale el Pepito Grillo que exploto de auxiliar administrativo y que habitualmente está en huelga y pido lo justo (este para mí, estos dos para la Pecera... este para mí, estos dos para La Pecera), aunque reconozco que hay veces que se me va, Pepito Grillo sale a tomar café y hago un pedido de libros que necesito ver, tocar y leer, yo. Como soy un confiado y un arrogante, a veces me llega el pedido y los saco de la caja y los dejo en el mostrador, sabiendo que aunque entre alguien no les prestará atención mientras envuelvo el último de Follett o el de María Dueñas. Pero hoy me he pasado de listo. Me ha legado un pedido de "esos" y un cliente se ha fijado en uno de esos libros y se lo ha llevado. No le culpo, cualquier persona decente lo hubiera hecho. Zoo o cartas de no amor, de Viktor Shklosvki. La semana pasada vi la reseña y lo incluí en el pedido especial. Llegó esta mañana y lo abrí, lo ojeé, lo hojeé, leí algo, hice un poco la Bovary, en fin, el decálogo del lector aplicado al librero. Pero en estas que ha entrado alguien e imprudente de mi lo he dejado a la vista, la costumbre, pero no era de aquí, estaba de paso, y se ha fijado en el libro y se lo ha llevado en muy tunante; podía haber dicho que no, que estaba reservado, pero ha vuelto Pepito y me ha susurrado "lo pides otra vez con un pedido normal" y, claro, he dejado que se lo lleve. Al menos he tenido media hora de lectura tranquila.

La pregunta del libro es ¿cómo hablar de amor a una mujer que te prohíbe que le hables de amor? Durante su exilio forzoso en Berlín, entre 1920 y 1923, Víktor Shklovski se enamoró locamente de Elsa Triolet. El caprichoso personaje de Alia de Zoo o cartas de no amor está directamente inspirado en ella. En Berlín, Shklovski solía mandarle a Elsa varias cartas al día, una situación que ella sólo aceptó con una condición: le hizo prometer que no le escribiría cartas de amor. Shklovski exiliado, lejos de muchas cosas, lejos de su lengua materna. La mujer de la que se ha enamorado es también una exiliada. En la solapa he leído una frase que recuerdo y escribo antes de olvidarla, "su amor tiene algo parecido a mirar un álbum de fotos: reconocerse en lo propio que ya no está". Ella le pide que no la moleste con su cortejo, que le  escriba si quiere y que vaya a verla, pero que no le escriba cartas de amor... Antes de cometer el error de mostrar lo que leía y que me lo quitaran de las manos (recuerda lo que el gitano de Milos te dijo un día: "el librero es la única persona que no puede ocultar lo que lee") he leído alguna de esas misivas. La novela contiene numerosos retratos de la intelligentsia rusa en el exilio y de algunos amigos que se quedaron en Rusia: Pasternak, Chagall, Ehrenburg...

Zoo o cartas de no amor es una novela epistolar nacida de una prohibición. Las misivas del narrador son estampas literarias, notas a sí mismo exiliado de lo que necesita de ella, amor por lo que fue su patria, amor por el arte y amor por sentir amor, el zoo como metáfora de los dispares emigrantes (los rusos solían instalarse a vivir en el barrio del zoo de Berlín), perfiles fugaces de grandes escritores rusos, la teoría del arte y la literatura, observaciones sobre la vida de los exiliados, la cotidianeidad de la vida en Berlín, el progreso y la historia. Podría decir en plan abuelo cebolleta que es una novela propia de una vida donde se escribían cartas y ser falsamente mordaz apuntando que ya no se escriben cartas como antes, pero no, ahora se escribe más, el mail, las redes sociales y esto de los blogs es un lodo gardeliano, un cambalache sobresaturado de palabras, así que la novela de Viktor Shklovski es terriblemente cercana, salvo por un detalle. Él le escribe una carta a ella cada día. A veces va a su casa, se la entrega en mano y espera pacientemente en una silla a que ella termine de leerla. A veces la llama por teléfono. A pesar de ser un amor a distancia, realmente no lo es. Lo que sin duda sí es, es un amor no correspondido, aunque ni una vez se hable de amor. Zoo o cartas de no amor. Elsa Triolet. Tras la marcha de Elsa, en 1923 Viktor acepta la oportunidad de una amnistía que le permite regresar a Rusia.

Novena carta
Me has dado dos encargos:
1) No telefonearte. 2) No verte.
Así que ahora soy un hombre ocupado.
Hay un tercer encargo: No pensar en ti.
Pero ese no me lo has hecho.
A veces me preguntas si te quiero. Entonces sé que es la hora del pase de revista. Respondo con la diligencia de un soldado de la tropa de ingenieros, que no domina lo suficiente la ordenanza de la guarnición: 
—Puesto número tres (a saber si ese es el número).
Ubicación: cerca del teléfono, entre las calles de Gedächtniskirche y los puentes de Jorckstrasse.
Consignas: amar, no encontrarse, no escribir cartas. 


Carta primera:
"Si tuviese un segundo traje, nunca habría conocido el dolor.
Al llegar a casa, cambiarse de ropa, arreglarse, es suficiente para sentirse otro.
Las mujeres usan este método varias veces al día. Cualquier cosa que digáis a una mujer, intentad obtener una respuesta inmediata, si no tomará un baño caliente, se cambiará de ropa, y habrá que volver a empezar desde el principio.
Después de haberse cambiado de ropa olvidan hasta los gestos.
Os aconsejo, insistentemente que obtengáis de las mujeres una rápida respuesta. Si no, a menudo, os tocará permanecer desconcertados ante una nueva, inesperada, palabra.
En la vida de la mujer apenas hay sintaxis.
En cambio el hombre es transformado por su oficio.
El instrumento no sólo prolonga la mano del hombre, sino que hasta ese se prolonga en él.
Dicen que el ciego localiza el sentido del tacto en la extremidad de su bastón.
Yo no siento un particular afecto por mis zapatos, pero a pesar de ello son una prolongación mía, parte de mí.
El bastón cambiaba al escolar y le fue prohibido.
El mono en la rama es más sincero, pero la rama también influye en la psicología del mono.
La psicología de la vaca lechera, que camina sobre el hielo resbaladizo, se ha hecho proverbial.
Más que cualquier otra cosa al hombre lo cambia la máquina."

Prometo ser más cuidadoso la próxima vez, o pido dos ejemplares o lo escondo en la mochila en cuanto me llegue... Igual con una lectura al vuelo de medio libro esto es una exageración, pero algo me dice que no...

3 comentarios:

Anonymous dijo...

He intención de publicar algo como esto en mi página web y me dio una idea. Saludos.

evelio guzman dijo...

Eres librero y debes sentir algo de satisfaccion al acertar en pedir un libro y venderlo nada más llegar. Bueno pidelo otra vez y cuando lo leas escribe una reseña de esas que nos haga a tus lectores apuntar el titulo para leerlo en la primera opurtunidad, no olvides que eres tambien nuestro librero aunque no compremos en La Pecera.Saludos

Anonymous dijo...

Hace poco que encontré tu blog y me parece un punto, se me antoja interesante y entretenido. Lo cierto es que da la sensación de que te sientes orgulloso de ser librero, y es algo que yo admiro. Pero la pena es que mucha gente no lo vea y sepa apreciarlo. Nos hemos vuelto tan... distantes de todo que ya no sabemos deleitarnos en comprar libros en una librería y dejarnos aconsejar por quien mejor conoce los libros, gente como tu que disfruta de ese trabajo.

Tampoco hace mucho tiempo que descubrí La Pecera, no creí que aquí puediera haber una librería así y me fastidia mucho el hecho de que necesites traspasarlo, pues ya no será lo mismo. Para ser franca, creo que en una librería, aparte de la decoración que tenga y de los libros que puedan ocupar sus estanterías, quien realmente le da sello es el librero.

Te deseo mucha suerte en tu proximo proyecto, mejor aún, que te toque la lotería y puedas seguir con el negocio. jajaja.
Saludos!!

Kina Makína

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