miércoles, 31 de octubre de 2012

Formas de leer mientras volvemos a casa...

Los placeres de la vida son sencillos, aunque siempre acabemos complicándonos la vida...

Leer no es sólo abrir un libro, todos lo sabemos. Desde hace meses estoy tentado a hacer una entrada sobre "modos de leer", sobre todo atendiendo al recuerdo de amigos y a las peculiaridades que algunas personas me han contado. Las veces que lo he intentado me han salido frases torpes y frías y, al final, es algo que se ha ido quedando en el tintero (como aquella entrada que nunca hice en la que me hubiese gustado contar el día que apareció en la librería un hombre con intención de venderme las bondades -y un par de libros- de una excéntrica (por residual) creencia budisto-cristo-metafísica (una secta, vamos) que resultó ser la que lidera el antiguo guitarrista de Fleetwood Mac, Jeremy Spencer, y yo entusiasmado intenté tener una agradable charla sobre blues y Peter Green con alguien que decía ser amigo de Spencer ("Then play on" es uno de mis discos favoritos (adquirido en diversos formatos), y resultaba que alguien, amigo de Jeremy, estaba en !mi librería!) pero mi gozo se quedó en un pozo cuando con desdén aquel bajito hombre con meliflua voz, calvo y coleta dijo: "Spencer dice que un día se hartó de aquella panda de degenerados invertidos y descubrió a dios"... Vamos, no me jodas... Llamar degenerado invertido a Mick, John, Danny y sobre todo a Peter Green... Venga... Aquello me sentó peor que si llega a llamar barbudo iluminado de mierda a Tolstoi, así que, amablemente, le pedí que abandonase la Pecera porque lamentablemente así no íbamos a llegar a buen puerto, él queriendo hablarme de reencarnación y yo queriendo hablar de un grupo capital en la historia de la música, y más cuando yo hasta ese momento no le había faltado al respeto diciéndole por qué arco del triunfo me paso la meditación transcendental, mis vidas pasadas y mis chakras obviamente obstruidos... Eso sí, si todo hay que contarlo, no le compré ningún libro del Mahatma de turno, pero antes de que saliese por la puerta no pude resistirme a llamarle y le pedí que me vendiese el cd que llevaba del grupo de Spencer, que resultó un chasco lleno de blues edulcorado y sin garra que habré escuchado tres veces con ésta, porque encima, mientras escribía esto, me he levantado a buscarlo... si es que no aprendo... pero... ¿por dónde cojones iba?...)

Leer... si, leer...

Escribiendo en la cocina, de madrugada...Por cierto, uno de los dos discos es una maravilla, el otro, no, lo juro...

Hace poco mi santa me dijo, "¿por qué mueves tanto los dedos de los pies cuando lees?". Era finales de verano y por lo visto llevaba mucho tiempo queriéndomelo preguntar, supongo y espero que más intrigada que irritada. Yo no había reparado nunca en ello. A veces me doy cuenta de que leo pasándome la mano por la cabeza (iba a decir pelo, jate...) en una especie de ritual mitad relajante mitad "a ver si activamos las neuronas por fricción", pero no había caído en lo de los pies. Y parece ser que sí, que cuando leo muevo los dedos de los pies, como si entre ellos se contasen lo que estoy leyendo, cuan nabuconodosorcitos en una danza simpática, mitad headbanging mitad ritmillo sincopado. Seguramente lo mismo es hasta reflejo de una conducta patológica, no lo sé, pero desde ese día, cuando estoy leyendo, paro un segundo y compruebo que los dedos de mis pies están ahí, a lo suyo... También desde ese día estoy intentando hacer memoria de esas conductas de amigos y conocidos mientras leen. Como he desistido de hacer una clasificación entomológica (entre otras cosas porque es evidente mi falta de tiempo actual para escribir y si espero a tener algo para hacerlo, lo mismo ni lo hago; joder, lo del seguidor "hare hare" de Jeremy Spencer pasó hace cuatro años y mira...) me pongo y listo...


Leer no es sólo abrir un libro...

Tenía un amigo que le gustaba leer en la linea circular (la 6, creo) de Metro de Madrid, horas y horas, dando vueltas bajo tierra, leyendo. Recuerdo que decía que le gustaba porque el traqueteo le hacía concentrarse y que los vagones eran espaciosos. Recuerdo también que decía que a veces no bajaba del vagón hasta que no había acabado y que Borges era su autor preferido. Yo, siempre que oigo decir "Borges", me entran ganas de subirme al metro, a leer...

Tengo un amigo que siempre que se sienta a leer lo hace con un lápiz de carpintero, de eso anchos de punta gruesa, en la mano. Utiliza uno de dos colores, azul y rojo, mitad de cada. Con el color azul subraya lo que le gusta, con el rojo lo que considera realmente importante. Si alguna vez te deja un libro, uno se siente como si fuese en un avión y él en la distancia, te fuese guiando con esos bastoncitos luminosos a través de, no un libro, sino una guía cartográfica con notas invisibles que a veces te cuesta entender el porqué están subrayadas...

Otro amigo irrenunciable, cuando lee, pone sin darse cuenta cara de estar muy concentrado y se acaricia lentamente la barbilla con el pulgar y el índice, como si mesara una barba que no tiene, adquiriendo sin querer un aspecto bíblico low cost francamente entrañable...

El cuarto amigo es amiga, y reconoce con un placer casi voluptuoso, que disfruta como una loca cuando puede leer descalza en la cama, con las piernas en alto en un cojín rojo que tiene desde la adolescencia, haga frío o calor. Que el cojín lleve impresa la cara de Jon Bon Jovi, a ella le parece irrelevante, pero para mí que no...

Luego está el ya mítico recurso Henry-Milleriano de leer en el retrete. Tengo un amigo que reconoce no ser persona si, al menos una vez al día, no puede estar diez minutos tranquilamente leyendo sentado en el baño, y no, su lectura preferida no está impresa en papel cuché, más bien al contrario, pues admite haber leído la "Crítica de la Razón Pura" de Kant, prólogo de Pedro Ribas incluido, sentado ahí con el culo al aire (ay, si Inmanuel levantase la cabeza). Si le pinchas un poco, es capaz de decirte de memoria, punto por punto, el índice de tan magna obra... Y si lo escuchas con detenimiento, entiendes por completo el orden del mundo...

Yo, dispuesto y preparado para poner los dedos de  mis pies a danzar...

Luego está el amigo que ha acabado deseando ir a trabajar sólo por el trayecto (hora de ida y hora de vuelta) porque ese es el único momento del día en el que pueden leer a gusto...

De la "manía" de este otro amigo hablaré sin tenerlo demasiado claro, aunque ha sido algo que siempre he querido preguntarle, porque no sé si con el tiempo he acabado adornándolo yo, pero nunca he encontrado el momento de hacerlo. Creo recordar oírle en la cafetería de la facultad hace muchos años decir que a veces se iba a la marquesina de cualquier parada de autobús y que se subía a leer, hasta el final de trayecto, y que una vez allí, si la parada final enlazaba con otra, cogía ese otro autobús, sin importarle hacia dónde fuese, hasta que llegaba al final de un trayecto sin correspondencia con ningún autobús más. Y que entonces hacía el camino inverso. Lo que ya no sé si es verdad o no es el recuerdo que tengo de oírle decir que apuntaba los números de las líneas de autobús y que luego en casa releía las páginas del libro con el que estuviese que correspondieran a esos números buscando algo, no recuerdo el qué, igual el sentido de algo. O que dijera también que alguna vez se perdió de verdad encontrándose en mitad de ninguna parte, solo con el conductor del autobús, mirándose extrañados, pero que no le importó. O que más de una vez había estado subiendo y bajando de autobuses todo el día, leyendo y leyendo...

Respecto a la cinematográfica imagen de leer en la bañera, no conozco a nadie que lo haga regularmente, aunque sí conozco a alguien a quien su madre, con doce años, le echó la bronca del siglo porque lo encontró leyendo en una bañera pequeña en un cuarto de baño más pequeño aún, lo cual hubiera tenido su pase si no hubiese sido porque, además, se había pasado el tocadiscos portátil de maleta también al baño y la séptima de Beethoven, poniendo el altavoz en la tapa del vater y el tocadiscos en una banqueta bajo el lavabo. Había cerrado la puerta con pestillo y la pobre mujer le abroncó como nunca por el susto que le entró en el cuerpo al oir desde la cocina que el rayajo al comienzo del cuarto movimiento sonaba y sonaba, una y otra vez, sin el esperado salto que lo arreglase y que le hizo imaginarse lo peor llamar y no poder entrar en el baño. Lo triste de la historia es que al susodicho lector se le habían dormido las piernas (la bañera era pequeña y se había sentado sobre ellas) y no podía levantarse sin que se le acabase mojando el libro (cuentos de Poe traducidos por Cortázar). Después de ese día ella le hizo prometer una cosa; bueno, dos, que nunca más cerraría con pestillo la puerta del baño y que si compraban un radiocasete pequeño dejaría de meterse con el tocadiscos a bañarse y leer. Él aceptó todo, pero respecto a lo de leer, no hizo falta prometer nada, porque le dió tanta rabia que se le estropease el libro al caérsele dentro del agua cuando por fin pudo levantarse que nunca más ha vuelto a leer dentro de la bañera, y eso que ha vivido en casas con bañeras lo suficientemente grandes y ergonómicas como para desear rescatar tan  noble afición, pero el recuerdo de una edición en tapa dura de los cuentos de Poe echada a perder y el frustrante comienzo ad infinitum del último movimiento de la séptima pueden más que un ratito de espumosa lectura...

Para el último he dejado a mi preferido. Mi amigo X tiene una manía que me encanta y me fascina, no puede dejar de leer en página impar ni tampoco cerrar un libro si en la hoja hay un cero. Esto, que puede parecer inocuo y hasta entrañable, le ha puesto en algún que otro aprieto, sobre todo si ha estado leyendo en el metro, en el autobús, en un tren o en la calle. ¿Que tu parada llega y te queda media hoja para acabar la página 11? O bajas sin parar de leer, con el consiguiente riesgo para tu salud e integridad física o, si puedes, sigues hasta la siguiente parada... ¿Que estás en casa leyendo tranquilamente, más a gusto que un lagarto al sol, por ejemplo "Los miserables" y resulta que se te ha hecho tarde y tienes mucho sueño y quieres dejarlo? No hay problema, siempre y cuando no estés en la página 1000... Hasta la 1112 no podrás parar, y ya que te has chupado 112 páginas y se ha ido el sueño, cómo no te lo vas a acabar... total... Quien no se ha ido alguna vez a trabajar sin dormir por culpa de Victor Hugo es incapaz de entenderlo... Admiro a este hombre... Es más, le he jurado que si alguna vez tengo una editorial, haré dos colecciones en su honor, una que llamaré "libros del tirón", cuyas páginas irán numeradas con un cero a la izquierda, y otra colección que llamaré "Insomne X -su apellido-", la cual irá en números romanos...




sábado, 27 de octubre de 2012

Lynott meets Meisner in Dublin...


Mira que me hacen ilusión las fotos que recibo de lectores sujetando "La muñeca rusa" por esos lugares del mundo mundial, pero esta me ha llegado al alma... Phil meets Milos...Sé que es una gilipollez, sólo es una estatua, un libro y una vida, pero ojalá hubiera podido estar allí, entre los dos... Grazie Mile, signore Cassanelli




jueves, 25 de octubre de 2012

Milos viaja a Almansa...


Todas las ideas se me van; en ese intervalo desde que "las" pienso y me puedo sentar, se marchan a ese sitio donde nunca saldrán. No es mi intención espaciar tanto las palabras del caimán, pero no puedo luchar contra imposibles. Hoy vuelvo, dejo las cosas en la puerta y digo algo. Mañana me marcho a presentar "la muñeca rusa" a Almansa, a la librería Libros 10, un sitio que presiento precioso. El viernes pasado la presenté en la biblioteca de Manzanares, donde estuvo (y está) la Pecera, donde viví y de donde me he marchado varias veces. Estuvo bien, a pesar de la lluvia vino bastante gente, y a pesar de los nervios no lo hice tan mal; nunca había hablado de Milos en público y se me hizo raro (más que raro, me tuvo un rato cercano al siroco), pero fue una experiencia grata y creo que aprobé el examen. Parece que si hay suerte presentaré la novela en Madrid en noviembre, y lo mismo quieren que vaya a algún sitio más por aquí cerca . Nunca hubiese imaginado que autopublicar y dejar que las cosas rueden, me llevarían a este punto. Hace poco (un par de entradas atrás) Lu  me echaba la bronca, y con razón, sobre mi recurrente visión gris de las cosas, y más de lo hecho con "La muñeca rusa"; está claro que no es perfecta, pero sacarme la espina después de varios años escribiendo y reescribiendo, capeando los rechazos e insistiendo en escribir cuando no había razones más allá de mí mismo que me diesen tranquilidad para hacerlo (es decir, para pedir a los que me rodean que respetasen que simplemente me sentaba a escribir porque me gusta y porque me veía obligado a ello -sin decir que eran Milos e Irina los que me pedían que lo hiciera-). Que gente a la que nunca has estrechado la mano te hable como te habla un amigo tal vez en estos tiempos digitales no signifique mucho, pero sí para mí. En mi defensa ante estas entradas recurrentes sobre la novela diré que tengo cosas escritas, a medias, que espero terminar y publicar pronto (se lo debo a Ned y a Chals), sobre cosas, ajenas a Milos, cosas sobre las que me gusta dar vueltas y que me apetece escribir de una vez para retomar el caimán donde se quedó. Bueno, si hay alguien cerca de Almansa y le apetece... Presenta Macarena y yo presento a Milos e Irina...
http://librerialibros10.wordpress.com/



viernes, 19 de octubre de 2012

Presentación de "La muñeca rusa" en Manzanares


Ha llegado el día...
Intentará ser divertido....
Si soy capaz, probaré a hacer una crónica "desde dentro"...
No habrá canapés porque somos pobres, así que intentaremos camuflar y vestir la deficiencias de amables particularidades...
Que Yuri y Hrabal nos asistan...


domingo, 14 de octubre de 2012

300 entradas en el blog: "Entre nosotros ha habido muertos, ¿Qué diréis a vuestras madres cuando volváis a casa?" Pintada en una pared de Praga 23 de agosto de 1968.

Se supone que esta es la entrada número 300. Aunque quitemos todas esas dubitativas del principio y las que han sido simplemente citas de otros libros, son bastantes, al menos para mí La Historia de los dos últimos años de una librería, la historia de la salida de un laberinto extraño, los apuntes de un futuro negro, el dietario de unos días nuevos en los que aún me muevo algo perdido y la historia de la (auto)publicación de un libro llamado "La muñeca rusa".

¿Qué decir en la entrada 300? Nada. Estos días de cotidianeidad y sol, he intentado que la crisis se quede bajo los muebles o tras las puertas, no porque no quiera hacerme cargo de ella, saliendo a la calle, sino porque, como un Yuri Zhivago arruinado y torpe, aún estoy en la antesala del terror; mis impulsos jacobinos se limitan de momento a pensamientos privados, así como mi expectante deseo revolucionario está atenazado por la esperanza de que un pistoletazo de salida nos saque por fin del letargo y todos a una (cual carpetovetónica fuenteovejuna), reclamemos una justicia que, de momento, en mi fuero interno, siento como poco posible. Luego están las anarquistas e individualistas ganas de seguir tocando el violín, ajeno a todo, mientras este titanic feo y rancio se hunde poco a poco.

Andrew Smith: Moon Pool. http://www.andrewsmithart.com/art/water/moon-pool/
 Cosas que podría contar en la entrada número 300: 

1. La increíble sorpresa que me causó, así como la intensa vuelta de tuerca a todo lo vivido mientras escribía la novela de Milos Meisner, al descubrir que alguien con el que trato inténsamente una vez al año (lamentablemente) me confesaba que se encontraba en Praga cuando las fuerzas del Pacto de Varsovia entraban acorazados e infames a poner fin a la penúltima esperanza a finales de agosto de 1968. En una persona a la que admiro (y admiraría mucho más si la conociese mejor) y con la que, a pesar de la diferencia de edad, conecto intelectual y emocionalmente (literariamente intuyo que un poco menos, pero poco), aunque, como digo, nuestra "relación" se limita a una reunión colectiva y una cena una vez al año por motivos tan literarios como espurios. Normalmente la impotencia de querer saber más de esa persona es grande, pero, claro, esta última vez ha sido más evidente. Me pidió la novela, pero la reunión en la que estábamos le impidió hojearla siquiera; luego vi que leía la "sinopsis" de atrás mientras el secretario del jurado del concurso de relatos del que formamos parte terminaba de contar algo. Yo había llegado antes, y me dijeron que había preguntado por mí y que estaba en una terraza cercana tomando un café. Al encontrarnos, nos saludamos cordialmente y enseguida nos pusimos a hablar de cualquier cosa. Entremedias, él me preguntó pro la novela y, mientras seguíamos hablando de cualquier otra cosa, se la dí, la miró, sin dejar de hablar de cualquier otra cosa, intercalando un "qué bien editada está" y yo sin dejarle cambiar de conversación porque prefería seguir hablando de cualquier otra cosa antes que de mi novela con él ("cualquier cosa" debe leerse como "cosas personales y trivialmente normales que no vienen al caso"). Luego fuimos a la sala donde nos esperaban. Como estábamos sentado uno al lado del otro, se acercó a mí y me preguntó "pone que parte de la novela sucede en Praga, ¿has estado viviendo allí?". Viviendo no, solamente he estado una vez, le contesté a media voz, como si fuésemos dos colegiales cotilleando en mitad de una clase, pero creo que es mi ciudad preferida. "Yo estuve viviendo casualmente allí varios meses, fui invitado por la unión de escritores checos junto con Líster en junio o julio del 68, y estaba allí cuando entraron los tanques". Joder, dije (qué otra palabra podría haber dicho?), la novela empieza con la noche que entraron los rusos en Praga. "¿Sí? Qué casualidad -me dijo como si nada, como si ese tipo de casualidades fuesen normales- esa noche vino un tanque a buscarnos al hotel donde estábamos y en uno nos llevaron al Hotel Praga, que luego los checos llamaban el hotel de la mierda, que era donde estaba en mando soviético. Estuve escribiendo crónicas casi diarias que mandaba a París; debo tenerlas por algún sitio." Y acto seguido comenzamos a deliberar. Este año, por fin, cambiamos la manera de decidir el ganador, votando solamente al principio para luego deliberar   sobre los finalistas hasta que decidimos uno. Por fin. Todos los años anteriores el sistema de votación daba como ganador no al mejor (o al que yo creía el mejor) sino a ese mediocre que todos votamos porque hay que votar a tres y llevas como de reserva, pero, como digo, al menos este año yo salí mas contento. Tampoco pude articular mucho, teniendo en cuenta el bofetón emocional que acababa de recibir de Andrés Sorel (por fin digo su nombre, tampoco sé por qué motivo había evitado decirlo hasta ahora, quizá obligado por el estilo...). Al salir comenzamos a caminar juntos, como buscando ese momento a solas lejos de las convenciones sociales y, dando por sentado que nadie más se vendría con nosotros, dijimos al resto que ya nos veíamos en el restaurante en un rato. Yo intentaba por todos los medios articular algo para llevar la conversación a lo que necesitaba (es decir, yo no decir nada y limitarme a escuchar y que me contase), pero él no sabía de la importancia que yo le daba a la "confesión" que me acababa de hacer y buscaba una conversación más igualada. No recuerdo de qué hablamos exactamente, pero yo notaba que no quería profundizar mucho en él, como queriéndole quitar importancia, cosa que yo no acababa de entender (¿cómo no va a tener importancia una persona que, entre otras muchas cosas, tuvo que exiliarse España por presiones políticas (Fraga estuvo detrás), que conoció en París a Cortázar, que ha sido amigo íntimo de Saramago y de Dolores Ibárruri y que, así, sin yo esperarlo, me dice que estaba en Praga la noche que Milos Meisner empezó a tomar conciencia del fin de la esperanza?). Recuerdo que en un momento, cuando ya estábamos llegando al restaurante, me dijo, "muchas veces me han pedido que escriba mis memorias, pero no quiero hacerlo, no quiero parecer un abuelo contando batallitas". No creo que sean simples batallitas, le dije, e insistí un poco. Recuerdo que nos quedamos un momento callados, yo porque estaba maniobrando para aparcar y él tal vez queriendo encontrar las palabras para decir lo que quería decirme sin que llegase a sonar trágico o grandilocuente. "Tendría que dar cuenta de demasiadas derrotas y no creo que pudiese enfrentarme a eso", dijo al fin, y yo no dije nada más. Luego a cena se desarrolló como yo esperaba y pudimos hablar poco más. Espero que no tenga que esperar otro año para hablar con él. Se llevó la novela, pero la sola idea de que pueda ver toda esa historia como una basura sin sentido me llena de terror.

2. ¿Qué puedo contar después de esto?

Eduard Ovčáček, Čechy krásné, Češky mé/Beutiful Bohemia, my Czech gir.
http://www.image-identity.eu/artists_images_folder/czech/eduard-ovcacek

3. Al llegar a casa recuerdo que aunque era tarde cogí el maravilloso libro de Salvador López Arnal, "La destrucción de una esperanza. Manuel Sacristán y la Primavera de Praga: lecciones de una derrota", editado por Akal y busqué hasta que dí con la página 252: "Andrés Sorel, que casualmente se encontraba en Praga en el momento de la invasión en compañía de Enrique Líster, señalaba con preocupación en su contribución que, tras la ocupación militar, se estaba rehabilitando a los dirigentes más anclados en el pasado, a aquellos que habían sido separados de sus cargos tras en pleno de KSC de enero de 1968, y que también se estaba reforzando la centralización económica y política. La victoria de los represores dirigentes conservadores era casi absoluta en su opinión". Me di unos pocos cabezazos al no haber recordado eso, pero ya estaba todo hecho... Tal vez si hubiese reparado en ello con la importancia que tiene, "La muñeca rusa" nunca se hubiera escrito tal y como se ha hecho, o tal vez nunca se hubiera llegado a escribir... Sorel apuntó mi dirección postal en la primera página del libro que le dí, y me dijo que cuando lo leyera me escribiría. Alea jacta est, no puedo decir nada más...

4. ... ¿300 entradas? Tomando como excusa el título de un libro de Vila-Matas, quizá todo esto del caimán sincopado es sólo un dietario demasiado voluble...

5. El viernes 19 de octubre presento públicamente en la Biblioteca Pública de Manzanares "la muñeca rusa" y, sinceramente, estoy acojonado...

sábado, 13 de octubre de 2012

La casa de Asterión. Borges

-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.

Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera.



La casa de Asterión. Borges
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