miércoles, 12 de junio de 2013

Firma de "La muñeca rusa" en Muga. Algo cercano a una crónica...

desde dentro...
Llegué a Madrid temprano, aunque dejé el coche en Getafe para poder ver y comer con unos amigos. En la mochila llevaba algunos ejemplares del libro de Milos y con la cabeza puesta en cualquier cosa, intentaba no pensar mucho en la firma de por la tarde en la feria del libro. Encontrarme con Eduardo siempre es un acicate, por no usar palabras desgastadas como "gusto", "alegría"; aunque decir "acicate" quede cutre, es así. Todos necesitamos un hombro en el que llorar, o al menos reposar la pesadez de los días, y hay gente con la que hacerlo es tan natural como sencillo, aunque termines hablando de cualquier gilipollez. Comentamos los libros, por leer y leídos de Belén Gopegui, su relación con otros autores, su posición casi límítrofe, no sabemos si buscada o provocada por la intrínseca mamonéz del mundillo literario patrio. Hablamos de libros, sobre todo de libros, de las cosas por hacer aún para crear la ansiada editorial, de las cosas que no nos dejan descansar, de la esperada revuelta, la interna y la otra, de los años que no pasan en balde pero que pesan como lo que parece cartón piedra pero que realmente es piedra y, por qué no, de nosotros. Fue breve, como siempre y como debe ser, lo cual no significa que no joda su brevedad, pero aún así aprovechamos el trayecto compartido a la capital en cercanías para limar asperezas y prometernos llamadas de atención. 

Imitando un cuadro de Picasso
Después recogí a Charo del trabajo y caminamos hasta el Retiro dejando un reguero de rutina tirada a nuestro paso hasta que por fin conseguimos reírnos, un poco, lo justo, mientras escuchábamos a nuestro alrededor cómo circulaba el capital  y nosotros nos empeñábamos en nuestra suicida tozudez de proles (ella) y de excluido social (yo, en palabras de Eduardo). Divagamos sobre una versión cinematográfica de "la muñeca rusa" (por pedir, digo, por soñar...) y eso nos sirvió de excusa para relajarnos. Llegamos y en la caseta 135 estaba Pablo, cuyo encuentro gremial  y amistoso con Charo hizo que a mí se que quitase cualquier resto de nerviosismo. Preparamos todo, es decir, quitaron libros, saqué los míos que unimos a los que tenían ellos, y me senté, como un chamarilero cansado y sonriente a los pies de una furgoneta rota. Todo me parecía tan increíble que el simple hecho de ver pasar a la gente ya era un placer. Tonto que es uno, y que a veces me conforma con esas cosas, como un chaval marcando un gol en una plaza de tierra a media tarde con sus amigos (imaginarios), diciendo "me importa una mierda que no haya nadie mirando, acabo de meter un golazo". Al poco aparecieron Diego y Andrea, y a otro poco Gonzalo, al cual no conocía y fue un gustazo saludar y hablar atropelladamente de todo. Luego una señora, que rebuscó en su monedero los 3,50 que le faltaban para comprar el libro mientras se notaba a la legua que cada nueva suma que hacía mientras removía monedas en su monedero gris le hacía preguntarse si estaba tomando la decisión correcta. 

La caseta, Pablo, tú, la cola invisible, Ana y Susana

Pablo viendo las guarradas que le escribía a Gonzalo
Luego la familia, las risas, sobre todo cuando yo siempre afinaba el oído tarde y no escuchaba mi nombre por megafonía. Luego un tipo, joven, discutiendo vehementemente de política con Gonzalo y un atónito yo, cuando era más que evidente que los tres opinábamos lo mismo. Luego apareció Juan Vilá, al cual fue un gustazo saludar, serio y frío como siempre (debería decir extremadamente educado). Un par de profesores que por un azar (totalmente) del destino han leído el libro de Milos y pasaban a saludar. En ese momento yo ya estaba en mi mundo, es decir, en ese interín donde uno se olvida del negro porvenir y se recrea en un presente que, aunque del todo banal, es sólo nuestro. El tiempo que vuela, los minutos en los que parece que la feria se para y parece que no hay nadie y puedes escuchar la conversación del jefazo de Pasajes está intentando tener con Pablo de Muga y ninguno de los dos (ni el jefazo ni Pablo) sabe que tú (yo) sabes más de lo que a primera vista deja entrever la cara de despistado y la sonrisa de sobredosis de atenolol, como ese pringao de todos los curros que se muerde la lengua al oír los cantos de sirena de un potentado que intenta vender la moto de su "sufridísima" posición a otro, que no eres tú, pero que está a tu lado y parece que está en otra cosa cuando en lo que está pensando es en los picapedreros del tren hacia el oeste y en lo mal repartido que está los picos y los látigos. Y después la visita inesperada de Mari Carmen, las despedidas al vuelo, la recogida de los trastos, el momento de dar las gracias apresuradamente porque la caseta sigue abierta y ellos y tú queréis decir más de lo que podéis pero hay que atender a la gente. Y el regalo del último libro de Rafael Reig, y la compra de un par de libros más, uno de ellos recomendado por Pablo y su compañero, que a estas alturas del partido no recuerdas su nombre y te da reparo preguntar. Y el Adversario de Carrére. Y caminar junto a Charo y Gonzalo. Y encontrar mientras bajan la reja de la caseta que comparte Libros del Asteroide "Alí y Nino", y casi soltar el dinero con peligro de que te pillen la mano, y tú que te cagas en todo por no encontrar los ojos que necesitas y que están lejos, trabajando. Y recordar lo que te gustan las entradas de Rafael Reig sobre la feria, y saber que tú no podrías escribir algo así. Y las últimas despedidas, y luego la vuelta, y el kebab de antes en tres bocados, y el teclado de Ray Manzarek sonando en tu coche... Y todo, que termina como un sueño... como un sueño que termina bien...

desde fuera...

2 comentarios:

Gonzalo Aróstegui Lasarte dijo...

Un placer conocerte, Caimán. Mi amigo, por cierto, se quedó encantado con el regalo firmado.

Un abrazo.

Sargento Esterhaus dijo...

Una gran crónica de tu firma. Qué bien escribes. Te lo digo yo que estuve a tu lado. Tus dedicatorias son impresionantes, muy curradas, de las que no se olvidan. Una alegría que seas amigo de Charo y llegaras con ella. El mundo es un pañuelo, y no siempre está lleno de mocos. Una alegría tenerte por Muga, Juan Miguel. Abrazos.
Pablo

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