sábado, 26 de octubre de 2013

Perkeo, la máquina de escribir atómica propiedad de Bohumil Hrabal

Por cuestiones diversas, últimamente estoy un poco descoordinado intentando mantener una mente sana en un cuerpo que no lo está tanto. Un nuevo cambio en la medicación ha hecho que, entre otros síntomas, ande un poco lento y a veces no piense con claridad (ayer me costó horrores encontrar la palabra "poncho" en una frase que quería decir). Lo pone en el prospecto, aunque me dicen que es transitorio, hasta que mi cuerpo se habitúe. A veces, cuando me siento torpe, intento ejercitarme repasando de memoria las distintas formaciones de Deep Purple o Thin Lizzy, los títulos de los libros de Bolaño, el índice de "La crítica de la Razón Pura" de Kant o pruebo a recordar al menos quince películas de Woody Allen. A veces no tengo suerte y me cabreo, mucho. Me repito que es transitorio, pero a veces tengo dudas... Cuando puedo, escribo, y parece que eso me desentumece un poco, sobre todo cuando llevo un rato y parece que mi cabeza empieza a funcionar como acostumbra, y si estoy valiente, pruebo a escribir cinco o seis frases largas subordinadas; aunque, como estos días estoy peor de todo, he optado por copiar fragmentos de libros; al principio pensaba que con leer bastaba, pero la mayor parte de las veces me acabo durmiendo (parezco el primo feo de la bella durmiente), así que tecleo fragmentos...  Reconozco que funciona, me gusta, entre buscar qué copiar y ponerme a ello, me siento menos abotargado...Copiando un fragmento de "Los frutos amargos del jardín de las cerezas", el libro biográfico de Hrabal escrito por Monika Zgustová, he recordado que mi amiga Andrea me regaló una vez un dibujo de una máquina de escribir idéntica a la que usaba Hrabal, la cual se ha convertido en símbolo de mi editorial fantasma...Si miro a un lado y veo la pila de libros por leer (y que el sopor farmacológico no me deja), puedo ver: Zamiatin, Leonid Yusefovich, Pilar Gómez Rodríguez, Sorel y Chaves Nogales... Me siento como un Bartleby escribiéndole cartas a Pierre Menard... "Querido Pierre, el fragmento del libro de Zgustová que te remito es una jodida maravilla, tanto en fondo como en forma... yo estoy bien, aunque entre unas cosas y otras parece que cada vez tengo menos ganas de nada.. En fin, espero que te guste... No tardes en contestar..."

Dibujo de Andrea Hauer
"Cuando brillaba el sol, salía los días de fiesta de su piso frío y húmedo en la periferia de Praga, con la máquina Perkeo en las manos; bajo el brazo se ponía un montón de papeles con el encabezamiento de la empresa Klofanda, donde había trabajado a finales de los cuarenta y de donde, tras la liquidación de la empresa, se llevó decenas de kilos de papel medio transparente; por la mañana se sentaba y escribía en el patio; por la tarde, cuando los edificios le tapaban el sol, se subía al tajado y escribía en su Perkeo "atómica" hasta que el sol se ponía detrás de la casita del lavadero; entonces trasladaba la silla que le servía de mesita al lugar donde quedaba el último rojo de sol y allí se quedaba hasta la puesta definitiva. Puesto que el tejado estaba inclinado, tuvo que cortar las patas de la silla donde colocaba la máquina y, además, las del taburete donde se sentaba. Primero las cortó tan mal que acentuó la inclinación aún más, después las cortó de tal manera que compensaban la inclinación hacia el otro lado, así que la máquina de escribir le resbalaba hacia el regazo, y sólo al tercer intento consiguió que su Perkeo atómica reposara horizontalmente.

Así, en el tejado del cobertizo, haciendo un ruido nada menospreciable con su máquina, cuyo chirrido se oía por todo el patio, Hrabal, con las piernas separadas entre las que sostenía la silla con la máquina, picaba furiosamente las teclas de aquella máquina minúscula; de vez en cuando alguna quedaba bloqueada, pero él la arrancaba brutalmente para lanzarse a escribir otra vez; depositaba sobre un montoncito las páginas escritas y como pisapapeles colocaba una piedra; enrollaba otra hoja y, ¡hala!, las teclas de la pequeña Perkeo, de esa máquina alemana, modernista, sin un solo signo diacrítico, tintineaban como en el desorden de una batalla cuerpo a cuerpo salta del tumulto ahora un brazo, ahora una pierna. Hrabal se calaba hasta los ojos un sombrero viejo y gastado para que el sol no le cegase; otras veces lo que quería era, precisamente, deslumbrarse con los rayos primaverales mientras escribía y entonces se ponía el sombrero en la nuca.

Escribía como vivía, y puesto que su vida no era exactamente un ejemplo de orden, su estilo también resultó despeinado, desordenado, y sus textos llenos de errores de mecanografía. En su antigua herrería en Líben solía tener siempre encima de la mesa la máquina y, a su alrededor, montones desordenados de páginas escritas, además de toda clase de medicamentos, una o dos botellas de cerveza vacías, un plato lleno de migas, y una silla cubierta de ropa desordenada. Sólo a veces limpiaba la mesa, la adornaba con un mantel blanco y unas flores para tener la impresión de orden. Dejaba sus textos a medio terminar a propósito porque quería que se parecieran a su vivienda y a su barrio donde habitaba, que se derruía, donde la pintura se caía y las paredes de desconchaban mostrando los ladrillos desnudos, aquel barrio donde, en cada patio, la basura salía de las bocas abiertas de los contenedores, que parecían monstruos legendarios. La literatura de Hrabal era la imagen viva de todo lo que le encantaba, de los patios de Praga llenos de restos olvidados de materiales viejos, de alambres, de tornillos, tubos y toda clase de desechos; sus textos intentaban parecerse a las viejas fábricas abandonadas con sus cristales rotos y las paredes llenas de inscripciones dibujadas con tiza blanca y espray negro"

Ed. destinolibro, pág 145-146

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