viernes, 17 de junio de 2016

Sergéi Pavlovich Korolev. El diseñador Jefe. Biografía gravitatoria


Artículo aparecido en la revista "La aventura de la Historia", número 212. Junio 2016


EL HOMBRE QUE NOS LLEVÓ AL COSMOS.

La humanidad siempre ha soñado con recorrer el cielo, no sólo como un pájaro, sino más allá, hasta la Luna y las estrellas. Un día lo hicimos por primera vez, lanzamos un cohete que salió de la atmósfera, enviamos un hombre al espacio que regresó con vida (un cosmonauta) y, entre otros grandes logros, otro hombre (un astronauta), pisó la Luna. Siglos y siglos soñando e imaginando llegar a ella, y lo que pasó después fue que la fuimos olvidando, como un amante que pierde el interés por el objeto deseado una vez que lo ha conquistado.

Doce hombres han paseado por la Luna. La última vez, en 1972. Ya no hemos vuelto a ir. Uno de los dos hombres que propició todos aquellos hitos no vivió para verlo. Seguramente, si hubiera vivido más, hubieran sido otros hombres, y otras banderas, las que hubiesen pisado la superficie de Selene. Este año se cumplen 50 años de su desaparición. Lo llamaban el Diseñador Jefe, y desde el más completo anonimato consiguió cosas que sólo pueden producir asombro y admiración. Su vida, sólo conocida tras su muerte, también produce el mismo efecto. Se llamaba Sergéi Pavlovich Korolev, genial ingeniero soviético y célebre diseñador de cohetes. Como suele ocurrir con los genios, fue un personaje singular: comunista represaliado por el estalinismo, austero, íntegro y frugal pero también mujeriego e infiel, hábil entre políticos grises y extraordinario inventor de astronaves.

Entre 1957 y 1966, la Unión Soviética asombró al mundo una y otra vez con los éxitos extraordinarios de su programa espacial, siendo la primera en hacer que la especie humana abandonara la cálida atmósfera que nos vio nacer. Aquellas hazañas dejaron lívidos a sus enemigos y cautivó el entusiasmo de millones de personas por todo el mundo. Tras todas ellas estaba la mano de Sergéi Pavlovich Korolev. Por desgracia su vida no fue larga: nació el 12 de enero de 1907 en la ciudad de Zhitómir (Ucrania) y falleció el 16 de enero de 1966 en Moscú. Su biografía, independientemente de sus increíbles logros, fue tan terrible como fascinante.

Korolev con su hija y su sobrina. © RIA Novosti / Sputnik
Korolev tuvo una infancia complicada, con unos padres ausentes y criado por sus abuelos. El segundo esposo de su madre, un ingeniero eléctrico, resultó ser una buena influencia, transmitiéndole la fascinación por inventar y crear artilugios mecánicos. Se mudaron a Odessa, donde vivió la Revolución y conoció el hambre y el tifus. En 1923 ingresó en la escuela de formación profesional, en la rama de carpintería. También comenzó a pilotar planeadores en el aeroclub local, uniéndose a una asociación aeronáutica y consiguiendo el título de piloto. Posteriormente ingresó en la Facultad de Aeromecánica del Instituto Politécnico de Kiev. Poco después se trasladó a Moscú, a la Escuela Técnica Superior, en donde se graduaría en 1929 bajo la tutela de Andrei Tupolev. Fue en aquellos años cuando conoció la obra de Konstantín Tsiolkovski, provocando que su pasión por el cielo se ampliara hasta el cosmos.  En 1931 entra a trabajar con Tupolev en una oficina de diseños aeronáuticos experimentales, y meses más tarde ayuda a fundar el GIRD (Grupo de Investigaciones en Propulsión a Chorro), que pronto dirigiría. En 1933 esta organización se fusiona con el Laboratorio de Dinámica de Gases de Leningrado, creándose el Instituto de Investigaciones en Propulsión a Chorro (El RNII). Allí coincide con otros ingenieros interesados en los viajes espaciales, entre ellos Valentin Glushko, el cual había conocido personalmente al citado Tsiolkovski.
Imagen extraída del libro "PS SP" AQUI


Tuvo una hija, Natasha, junto a Xenia Vincentini, y en 1935 obtuvieron su propio apartamento, coincidiendo con su nombramiento como Director de la Sección de Misiles de Crucero en el Instituto Científico de Investigación de la región de Moscú. Korolev adquirió fama de ser un gestor de proyectos capaz y exigente; pronto consiguió desarrollar un sistema giroscópico capaz de controlar los movimientos de una aeronave a largas distancias, origen de los modernos sistemas de navegación automáticos.
Pero llegaron los terribles años 1937 y 1938, cuando la URSS se vio inmersa en una delirante ola de purgas estalinistas. Cualquiera, a cualquier hora y por cualquier motivo, podía ser arrestado. El 28 de junio de 1938 detuvieron también a Sergéi Korolev. Se le acusó de afiliación a organización trotskista, sabotaje y ralentización premeditada de las labores en la fabricación de armamentos modernos para el Ejército Rojo. Hubo varios denunciantes, entre ellos Valentín Glushko. Fue condenado a diez años de trabajos forzados, primero en el ferrocarril transiberiano, y después en las minas de oro de Kolymá, donde estuvo más de un año, perdiendo todos los dientes y adquiriendo diversos problemas de salud que años después conducirían a su temprana muerte.

imagen extraída de libro "PS SP" AQUI

Los avatares de la guerra y el avance del ejército nazi hasta las puertas de Moscú, provocaron que a Stalin no le quedase más remedio que “rescatar” a multitud de represaliados; entre ellos estaba Andréi Tupolev, que también cumplía condena en una sharashka (un centro de detención para científicos e intelectuales útiles al estado, menos duro que los gulags, y con cierta calidad de vida). Se le había encomendado la creación de aviones de bombardeo, pero apenas contaba con personal cualificado. Tupolev envió una lista con 25 nombres al correspondiente Comisario de la NKVD. La guerra apremiaba más que la reeducación, por lo que así fue cómo Korolev, sin dejar de ser considerado preso, fue enviado a trabajar con su antiguo mentor.

Al acabar la Segunda Guerra Mundial, Korolev fue liberado, recibió su primera condecoración (la Insignia de Honor) y se le otorgó el grado de coronel del Ejército Rojo en el departamento científico. Pronto fue trasladado al OKB-1 (Oficina de Diseños Experimentales), donde estaban los científicos alemanes de los legendarios cohetes V-2 capturados por las fuerzas soviéticas, así como planos y componentes de los mismos. Es entonces cuando se le encomienda la tarea de diseñar el primer misil balístico intercontinental (ICBM) de la historia.

El equipo de Korolev tomó únicamente las partes más interesantes de la tecnología germana y desechó lo demás en favor de conceptos propios (bien es cierto que los Estados Unidos sólo habían dejado varias carcasas vacías de V-2 tras su paso por Peenemünde, dentro de la Operación Paperclip). Tras años de trabajo, el resultado sería el mítico cohete R-7, más conocido como Semyorka (“el siete”).

En 1957, durante el Año Geofísico Internacional, la idea de lanzar un satélite artificial  comenzó a aparecer en la prensa occidental. Anteriormente, en 1953, Korolev ya había propuesto utilizar uno de aquellos Semyorka para viajar al espacio, pero sus fantasías espaciales sólo interesaban para su uso militar. El equipo de Korolev pensó que podrían superar a los Estados Unidos, así que volvió a sugerirlo, consiguiendo finalmente el apoyo del gobierno. Oficialmente comenzaba la Carrera Espacial, un enfrentamiento que no sólo fue científico y tecnológico, sino también ideológico, moral, social, filosófico y político.

El desarrollo del Sputnik les llevó menos de un mes. Era un diseño muy sencillo: una bola metálica pulida, un transmisor, instrumentos de medición y las baterías. Finalmente, a las 22:28 del 4 de octubre de 1957, hora de Moscú, un cohete R-7 Semyorka despegó desde una plataforma secreta en Tyuratam, Kazajastán, en lo que hoy se conoce como Cosmódromo de Baikonur. Aquel acontecimiento tuvo un efecto electrizante. El impacto del Sputnik 1 fue inmenso en todo el planeta, propulsando instantáneamente a la Unión Soviética a la posición de superpotencia global dominante. Un Jrushchov pletórico decidió que debía haber un nuevo logro para el 40º aniversario de la Revolución de Octubre, el 3 de noviembre. Por tanto, Korolev disponía de menos de un mes para prepararlo. Esta vez el Sputnik 2 pesaría seis veces más, e incluiría como tripulante a la perra Laika. No hubo tiempo para pruebas. El lanzamiento fue un éxito, y Laika sobrevivió al despegue, aunque moriría poco después debido al agotamiento y al calor.

Tras esos dos hitos, el equipo del Diseñador Jefe trabajaba a destajo en la OKB-1 de Moscú, desarrollando varios programas a la vez. Uno de ellos, aún ultrasecreto, se denominaba Mechta ("Sueño"). El sueño consistía en llegar hasta la Luna orbitando alrededor de la Tierra. El primer intento se produjo el dos de enero de 1959. La idea era estrellar una nave automatizada contra la Luna. Este lanzamiento, llamado Luna 1, erró por casi seis mil kilómetros; pero fue el primer artefacto humano en alcanzar la velocidad necesaria para escapar de la gravedad terrestre, además de convertirse de paso en el primero en orbitar el Sol (de hecho, ahí continúa, entre la Tierra y Marte).

El 13 de septiembre del mismo año, despegaba de Baikonur una segunda sonda espacial: se llamaba Luna 2. Treinta y tres horas y media después del lanzamiento, se estrelló deliberadamente entre los cráteres Arístides, Arquímedes y Autólico, al este del Mar de la Serenidad. Fue la primera vez en que un objeto creado por manos humanas entraba en contacto con un lugar extraterrestre. Menos de un mes después, el 6 de octubre, una tercera nave, Luna 3, dio la vuelta a nuestro satélite, fotografiando por primera vez su cara oculta, hasta entonces desconocida para la humanidad; es por ello que la mayoría de los cráteres tienen nombre ruso. El equipo del Diseñador Jefe estaba preparado para un éxito aún mayor. De manera muy discreta, durante los siguientes meses, hasta seis perros viajaron al espacio en naves cada vez más sofisticadas. Algunos lograron regresar con vida.

Sergei Korolev comunicándose con la Vostok de Yuri Gagarin. © RIA Novosti / Sputnik
También durante 1959 había comenzado la selección de cosmonautas. Korolev había dispuesto que fuesen pilotos preferiblemente jóvenes, con una edad comprendida entre 25 y 30 años y una estatura no superior a los 1,70 metros. El 11 de enero de 1960 se estableció un centro exclusivo de entrenamiento en unas instalaciones situadas cerca de la base aérea de Frunze, a las afueras de Moscú. El comandante Konstantin Vershinin elaboró la lista oficial de los veinte candidatos el 25 de febrero. Todo parecía suceder demasiado rápido, pero no había vuelta atrás. Resultaba obvio que los veinte candidatos no podrían participar al mismo tiempo, por lo que el 30 de mayo se crea un grupo con los seis mejores cosmonautas. Dos destacaban sobre sus compañeros: el brillante militar Gherman Stepanovich Titov, y el hijo de unos granjeros koljosianos, un piloto inteligente, vivaracho y ligón conocido como Yuri Alexéievich Gagarin.

A finales de 1960 comienzan a visitar las instalaciones donde se está construyendo la Vostok 3KA. Durante una de esas visitas tiene lugar el primer encuentro cara a cara entre Gagarin y Korolev. La fascinación y afecto entre ambos fue instantáneo. El entusiasmo contagioso de Gagarin, así como su honda comprensión de lo que para la humanidad significaba todo aquello, impresionaron muy favorablemente a Korolev. Sobre el papel, la opción más lógica era Titov, pero Sergéi Pavlovich sabía que Gagarin era una apuesta mejor. No sólo resultaba más propagandístico, sino que Yuri demostró ser un excelente técnico que había memorizado al detalle cada elemento tecnológico de la nave así como todos los pasos del vuelo.
 Sergei Korolev se despide de Yuri Gagarin antes del lanzamiento. © A. Sverdlov / Sputnik

Yuri Gagarin, vestido con su traje de presión Sokol SK-1, subiría en el ascensor que le conduciría hasta la parte superior del cohete, donde se encontraba el acceso a la cápsula, en la mañana del 12 de abril de 1961. A las 9:07 hora de Moscú, la Vostok 1 levantaría el vuelo. “¡Lanzamiento! Te deseamos buen viaje”, dijo Korolev. “Поехали! (¡allá vamos!) Hasta pronto, camaradas” respondería eufórico Gagarin. Durante los siguientes 108 minutos, Yuri describió una órbita completa alrededor de la vieja Tierra, alcanzando 327 km de altitud, y descendiendo un soleado y fabuloso día de primavera hasta tomar tierra cerca de Smelovka, un pequeño pueblo de la región de Saratov. El impacto en la opinión pública mundial fue tal, que resulta difícil de explicar. El camino parecía trazado con firmeza, por lo que sólo había que realizarlo Los Estadounidenses parecían estar a años luz, pero ni Korolev ni Jrushchev se querían confiar.

El 6 de agosto del mismo año, Gherman Titov subió también al cosmos, en la Vostok 2. Las Vostok 3 y 4, en 1962, se lanzaron simultáneamente y se aproximaron hasta comunicarse, ejecutando un ensamblaje. Luego fue el turno de Valentina Tereshkova, en 1963, convirtiéndose en la primera mujer en el espacio. En 1965 se produjo el primer paseo espacial, a cargo de Alekséi Leónov. El Diseñador Jefe aún tuvo tiempo para iniciar los proyectos Marte y Venus, que enviaron sondas a los respectivos planetas, y concebir el Programa Soyuz, tan clave hoy en día.

Korolev junto al cosmonauta Vladimir Komarov en Baikonur. © RIA Novosti / Sputnik

Sin embargo, no todo eran buenas noticias. En 1962 sus problemas de salud comenzaron a dar la cara: Una hemorragia intestinal obligó a ingresarle de urgencias. Anteriormente, el 3 de diciembre de 1960, cuatro meses antes del vuelo de Gagarin, Korolev había sufrido su primer ataque cardíaco. También se había diagnosticado un grave problema renal a consecuencia de su paso por los campos de trabajos forzados de Kolymá. En 1964, le diagnosticaron arritmia cardiaca en su ya muy débil corazón. Además se estaba quedando sordo, debido a su presencia en numerosas pruebas de lanzamiento. En diciembre de 1965, cuando la Venera 3 ya viajaba hacia Venus, le diagnosticaron pólipos intestinales. Ingresó en un hospital para operárselos, pero resultó ser un tumor abdominal de gran tamaño. La intervención se complicó y el Diseñador Jefe, muy debilitado, dejó su vida en la mesa de operaciones, el 14 de enero de 1966, un mes antes de que su Luna 9 se convirtiera en la primera en alunizar de manera automatizada. Tenía 59 años. Fue enterrado con honores en el muro del Kremlin.

El mundo descubrió su nombre el 16 de enero de 1966, cuando Pravda publicó su foto junto a su obituario. El legendario Diseñador Jefe del Programa Espacial Soviético resultó que se llamaba Sergéi Pavlovich Korolev (también transliterado como Koroliov): El hombre que había sacado a la especie humana del planeta donde había surgido por primera vez.

Los primero 20 cosmonautas soviéticos con Korolev en 1961 Foto: RIA Novosti

martes, 14 de junio de 2016

Las cenizas del diseñador Jefe. Sergéi Pavlovich Korolev, la estela de un hombre invisible




Con vistas a terminar de una vez de colgar entradas dedicadas a la carrera espacial soviética, pongo el primero de varios artículos que me encargaron para la revista "LA AVENTURA DE LA HISTORIA", número 212, de junio de 2016. Me encargaron una biografía sobre Sergéi Pavlovich Korolev, y dos anexos. como soy nuevo en esto, escribí mas palabras de las que me pidieron, así que hubo que recortar y adaptar. Este que sigue era uno de los anexos, lo pongo íntegro. Los próximos días pondré la biografía y otro artículo que quedó fuera.


Las cenizas de Korolev


Dicen que una de las frases que Sergéi Pavlovich Korolev más repetía era: “Todos desapareceremos sin dejar rastro”. Curiosa expresión para alguien que sobrevivió al gulag y, sobre todo, para un hombre que soñaba con construir naves que viajaran al cosmos. Fue tras su liberación que Korolev se vio obligado a vivir sin rastro; él era el Diseñador Jefe, alguien sin nombre, ocultado para poder con ello proteger su vida, su preciada vida, aunque solamente unos años antes esa misma vida no hubiera valido nada, a punto de dejarla tirada en una mina de oro, convertido en un animal.

Es posible que en toda la historia de la ciencia de la URSS no haya habido especialistas con una identidad más secreta que él. En la prensa nunca se decía su nombre. Las condecoraciones que recibió en vida fueron secretas (Héroe del Trabajo Socialista en 1956 y 1961, Premio Lenin en 1957, y en 1958 fue elegido miembro de la Academia Rusa de las Ciencias). Incluso se le otorgó el Premio Nobel, pero fue rechazado por Jrushchov, alegando precisamente el carácter secreto del Diseñador Jefe. Cuando murió, contradiciendo su ahora famosa frase, fue enterrado con honores en el Mausoleo de la muralla del Kremlin, algo reservado únicamente a los grandes héroes de la revolución. Un gran desfile fue organizado en su nombre y su féretro fue custodiado por una guardia de honor. Se puso su nombre a una calle, actualmente denominada Úlitsa Akadémika Koroliova (Calle del Académico Korolev). En 1975 se inauguró una casa museo en el hogar que habitó en Moscú entre 1959 y 1966. Boris Yetsin renombró la ciudad de Kaliningrado como Korolev, hogar de la mayor compañía espacia rusa, S.P. Korolev Rocket and Space Corporation (el originario bureau que él inauguró en 1946, el OKB-1). Un cráter de la cara oscura de la Luna lleva su nombre, así como otro en Marte. También existe el asteroide 1855 Korolev.


Seguramente, un hombre que pasó por lo que él tuvo que pasar y que falleció sin haber conseguido llevar al primer hombre a la Luna, todas esas distinciones le habrían hecho torcer el rostro y sonreír, pero la historia aún le guardaba una última ironía. Se cuenta que sus cenizas iban a bordo de la Soyuz-1, con la intención de ser depositadas en la Luna. Como sabemos, el destino de la Soyuz-1 fue funesto, por lo que es posible que sus cenizas se dispersaran por el cosmos, mezcladas con los restos del cohete. A pesar de pisar terreno pantanoso en este asunto (puede resultar posible que aparezca un archivo aún sin desclasificar corroborando esto) esta última historia sus a mera especulación romántica, pero uno no puede evitar imaginar que fue así, o que debería haber sido así. Sucediese lo que sucediese, tanto como si sus restos siguen en el muro del Kremlin como si están flotando por el cosmos, no queda más remedio que darle la razón a Sergéi Pavlovich y afirmar que “todos desaparecemos sin dejar rastro”.

jueves, 2 de junio de 2016

Reseña de "La muñeca rusa" en el blog Las inquilinas de Netherfield...

RESEÑA (by MB) ::: LA MUÑECA RUSA - Juan Miguel Contreras







Título original: La muñeca rusa
Autor: Juan Miguel Contreras
Editorial: Baile del Sol
Páginas: 180
Fecha publicación: 2016
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 13 euros
Ilustración de la cubierta: Ramón Buzón





¿Qué piensa un hombre que contempla la Tierra desde el espacio, donde va a morir sin regresar? Nunca podremos saberlo, sin embargo, la historia no se detiene, e Irina Belokoneva, hija de ese cosmonauta perdido entre la Luna y la Tierra, es parte de ella.
La muñeca rusa arranca con la entrada en 1968 de las fuerzas del Pacto de Varsovia en Praga. En un psiquiátrico de la ciudad, Irina asegura que han ido a por ella, para silenciarla definitivamente y que no se conozca la historia de su padre. Su historia es contada muchos años después por Milos Meisner, celador del sanatorio en ese momento, a un librero en un pueblo perdido del Cabo de Gata donde vive exiliado. Las historias se unen, unas dentro de otras, quizá porque son una y la misma. La Primavera de Praga se mezcla con la carrera espacial rusa a causa de una lunática que dice ser hija de un cosmonauta desaparecido en una misión fracasada a la Luna. La nueva ola de cine checo vista desde los ojos de un escritor prohibido como un trampolín al exilio y la memoria. Marchantes de arte parisinos que cenan con libreros enfermos tímidamente ácratas. Fotografías de libros que brillan bajo la sombra de la nariz de Cyrano. La mirada de Yuri Gagarin, una Luna en una nave industrial de Toulouse, cartas de Bohumil Hrabal a un escultor exiliado en Almería... Un relato que intenta tejer los nudos necesarios para que, en el telar de la Gran Historia, no se pierdan los hilos de unos personajes condenados al olvido en una librería que orbita alrededor de la Luna.


La muñeca rusa, esa gran matrioska que han depositado en mis manos... la observo, la miro, la toco, y mi cabeza empieza a calentarse y a bullir con mil preguntas: ¿cuál es tu historia? ¿Qué vas a contarme? ¿Cuáles son tus secretos?

La narración comienza con la entrada en 1968 de las fuerzas del Pacto de Varsovia en Praga. Juan Miguel Contreras nos posiciona en este período histórico, convulso y un tanto desconocido (al menos yo creo que no todos estamos muy familiarizados con lo que ocurrió durante aquellos meses). Tal y como digo al inicio, la novela es una matrioska en la que vamos descubriendo otras matrioskas en su interior, diversos fragmentos de historias inconclusas que nos enredan en una telaraña que nos absorbe y nos atrapa. Cada fragmento está lleno de sentimientos, desesperanza y búsqueda de la verdad, y conforme vamos avanzando en la lectura vamos uniéndolos en la medida de lo posible, porque algunos de ellos están llenos de aristas, cortantes y afiladas, que nos desgarran con sus diversas y tremendas historias.


Con la primera página ya quedas enredado en el enrejado que el autor construye con su fragmentada trama y con los diferentes personajes, muy viscerales y profundos. Te das cuenta de que este libro es diferente, que te va a dejar huella. Es tan refrescante y atrayente que ese gusanillo que todos los lectores empedernidos tenemos dentro no te permite abandonar la lectura, porque si lo hicieras sería como desamparar a estos personajes tan desolados y desangelados. Por lo que a mi respecta no lo hice... los acompañé hasta donde la historia me dejó, hasta esa última página.

Irina Belokoneva, la muñeca rusa, es el personaje más entrañable de la novela, ya que su historia (o los vestigios que le quedan de la misma) está guardada en su mente de un modo disperso Esa mente ha sido formateada una y otra vez por un sistema que, al permitirle vivir, también le ha condenado a la soledad y a la locura... El olvido de sí misma y de todos los suyos es la pena que le ha sido impuesta indirectamente por el fracaso de su padre, un astronauta ruso que es el desencadenante de todo.

Milos Meisner, artista, celador y personaje activo en la trama, es el encargado de guiarnos a través de todos los fragmentos que el autor nos va entregando a lo largo de la lectura. En el instante en que Milos entra en contacto con Irina Belokoneva, queda atrapado en su historia y su vida. Este hombre le abre su corazón, la acoge en su seno como la muñeca rusa que es, condicionándole y dirigiendo su camino. A partir de entonces, todos sus pasos y decisiones los toma por y para Irina. Y todo ello envuelto en un escenario de revolución y desintegración social, donde cada paso que das hacia adelante representa muchos pasos hacia atrás. Si además se añade que la nueva situación le tiene constreñido y encorsetado, el remolino que ya había nacido en su interior al enamorarse de una persona quebrada y rota se amplifica en una espiral de desesperación y locura.


Bohumil Hrabal, personaje real, es la voz que susurra a Milos que debe salir del bucle en el que se encuentra inmerso. Esta voz no le va a resultar gratuita, pues desde ese momento se convierte en un exiliado en cuyo equipaje solo hay culpa, desencanto e impotencia.

A lo largo de la narración, el autor introduce diversos saltos temporales muy bien hilados con la trama, porque aunque a priori parecen historias dispares e inconclusas, con su refrescante prosa las entreteje dando un sentido a la misma. Así, viajaremos con Milos por diversos lugares en los distintos tiempos, recalando como último destino en un pueblo costero de Almería (Almarga). Allí se nos entrega otro fragmento de la novela con la aparición de un nuevo personaje, el librero sin nombre, del que solo conocemos el apodo con el que le llame Greta: Henry. 

Corren los años 90, y este librero sera el bálsamo que necesita Milos. La amistad que surge entre ellos, su día a día, compartir sus experiencias e historias, así como sus diferentes puntos de vista y perspectivas, provocará en ellos todo tipo de reflexiones y catarsis, ayudándoles a reinventarse otra vez: tal vez lo negro no sea tan negro como parecía hace veinte años, y las conversaciones entre ellos son el vehículo que les ayuda a catalizar toda la desesperanza y soledad en la que ambos se encuentran inmersos.

Juan Miguel Contreras ha construido una magnífica trama para este libro, y el final de la historia es, a mi juicio, el que debe de ser; no podría haber sido otro. La muñeca rusa es una novela que nos invita a reflexionar sobre el destino, el sentido de la vida, la casualidad, la catalización de los momentos difíciles, la amistad y el poder (o su ausencia) del amor. Todo ello narrado con una maestría que consigue que todos los fragmentos formen parte de un todo.


Me encanta la cubierta; todos los libros de Baile del Sol están rubricados con su particular sello personal. Los identificas y distingues en cuanto caen en tus manos.


Nació en Madrid en 1974, aunque creció en un pueblo de la provincia de Ciudad Real, Manzanares. Licenciado enFilosofía por la Universidad Complutense de Madrid. En 1998 recibió el primer premio del certamen de relatos "Villa de Torralba" con el cuento La ciudad trenzada. En 2004 publicó la novela Cuando acabe el invierno, de la editorial Biblioteca de Autores Manchegos (BAM). En 2007 quedó finalista del concurso de relatos de la Revista Eñe, Cosecha Ñ, con el cuento titulado Sobre hojas de humo. Entre el 2000 y el 2005 fue director y programador del Festival Inernacional del Teatro Lazarillo, en Manzanares. Durante los primeros años del siglo XXI ha sido tramoyista y librero en Madrid; en 2006 abrió su propia librería, La Pecera, en Manzanares, hasta que la dejó en otras manos en 2011. En 2012 creó la editorial fantasma La internazional Samizdat, donde ha publicado el libro de relatos Cardiopatías, así como una primigenia versión de La muñeca rusa

Actualmente reside en Alcázar de San Juan.
Miss Bingley


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