lunes, 12 de marzo de 2018

WILL HOGE, MADRID, 9 de marzo de 2018, The Secret Club.


WILL HOGE, MADRID, 9 de marzo de 2018
The Secret Club.

La esperada y ansiada visita a Madrid de uno de los songwriters fundamentales para entender los derroteros del rock de raíz americana de lo que va de siglo se saldó con un concierto de los que se quedan en la memoria, reafirmando que, cuando se tiene algo que contar y se sabe cómo, el talento siempre sabe qué teclas tocar para emocionar y espolear sueños y certezas. Por mi parte, no sólo no me arrepiento lo más mínimo del palizón de kilómetros que, a última hora, puede hacer, sino que a la salida del bolo de Will Hoge pude orgulloso hacer otra muesca más a esa efímera e íntima lista de conciertos definitorios. La carrera de Hoge ya es lo suficientemente larga como para ser vista y diseccionada con profundidad, y desde que debutara con un impetuoso puñado de canciones tan urgentes como vivas en 2001 (“Carrousel) hasta el emotivo y salvífico “Anchors” de este 2018, Will Hoge se ha labrado una carrera y una reputación envidiable que cualquier aficionado a la música de raíces puede considerar, sin miedo a exagerar, como imprescindible. El repertorio del concierto que dio el pasado viernes 9 de marzo en Madrid en The Secret Club (que los dioses bendigan a Medias Puri) tuvo su grueso en sus dos últimos discos (“Small Town Dreams” y el citado “Anchors”), apuntalándolo con gemas sueltas de sus otros ocho trabajos de estudio anteriores.


Will Hoge y su banda subieron al escenario y comenzaron con The Reckoning, la agridulce y emotiva canción que abre su último trabajo (“hay algunas semillas que siembras y nunca crecen…” canta en ese alegato inquebrantable a perseverar (o no) en tiempos difíciles). Will solo tuvo que abrir la boca y dejar que su privilegiada garganta obrara el milagro, tal y como estos deben hacer, poco a poco, sin apabullar gratuitamente, dejando que la música recorriese el local y nos envolviera casi sin darnos cuenta. El ritmo fue reptando venenoso con “The last Thing I need”, de Small Town Dreams (disco que remarca su impronta en eso que los americanos llaman Heartland Rock). Tema en el que es precisamente su voz la que casi al final sube el ritmo, dejándonos listos para, a la voz de tres, rematar la jugada con el vigoroso “Better Off Now”, única mirada a su primera época, aquella que podríamos definir como pre-accidente de moto (sus cuatro primeros discos). Pelotazo rockero este “Better off Now” de su segundo y olvidado disco (del que él mismo reniega a causa de una yerma producción mainstream). “Still a Southern Man” y “(This ain´t) a Original Sin” mantuvieron el acelerador a tono (lírica y musicalmente) con sonrisas de complicidad entre la banda y dejando claro que aquello podía ser incluso memorable. Que tras eso se sentase al piano para la preciosa “Cold night in Santa Fe” resulto tan natural como darle las gracias a quien nos roba la cartera y de paso el corazón.  Fue durante esta y la siguiente “Little Bitty Dreams” cuando volví a pensar lo que muchas veces he pensado al intentar explicar la voz de Will Hoge a algún amigo que no lo conoce (Es como escuchar a Elvis Costello intentando imitar a Otis Redding y consiguiéndolo). Para aquel entonces ya quedaba claro que el proyecto de Will Hoge es el de contar historias tan comunes como vitales, en las que gente como cualquiera de nosotros, puede verse reflejado: días duros, sentimientos encontrados, trabajos alienantes, deseo de liberarse con pequeñas cosas, un guitarrazo, una cerveza compartida, un futuro incierto, una indignación frente al poder político tan resentida como lacerante, el amor de los nuestros y una revisión del pasado que espolea para seguir adelante. De eso canta Will Hoge mientras esboza una leve sonrisa y canta unos imbatibles estribillos.

autora Cayetana Álvarez

A partir de ahí llegó el abandono, la cosa rodaba (y de qué manera), por lo que no había más que dejarse llevar. Justo delante de mí, en primera fila, estaba la artista Cayetana Álvarez pintando in situ a la banda a través de las canciones (que descubrí gracias al libro de Joserra Rodrigo y que me parece admirable). La gente se mostraba respetuosamente callada cuando la canción lo pedía (los “bravo”, “eres grande, colega”, “mierda, qué bueno eres” que se oían espontáneos al terminar alguna de las canciones sonaban sinceras y más de uno sonreía al haber querido gritarlas también). “Anchors”, “Growing up Around Here” se alternaban oxigenadas para dejar paso a la vacilona (por lo agrio e irónico de su letra) “Desperate Times”. “Too late too son” volvía a dejarte desnudo y sonriente, casi tanto como a él, con toda la sala en el bolsillo. Con “Goddamn California” hizo uno de sus speeches introductorios, sobre el porqué de la canción, cuando, tentado por cantos de sirena y marketing, lejos de su familia y sus amigos, se preguntaba si merecía la pena el mercadeo y descubría que no, volviendo a tener que reinventarse vitalmente, siempre con la guitarra cerca para escribirlo, siempre consiguiendo hacerte sentir cómplice.


Enfrentaba la recta final con una de sus mejores canciones, la irresistible “Even If it breaks your Heart”, cerrando la comunión que poco a poco había ido creando alrededor. Con “A Little Bit of Rush”, una de las joyas de su último disco, convenció al más reticente (si es que aún quedaba alguien) y, lanzado a otro de sus cómplices y ágiles speeches, se despidió con ese homenaje nada velado pero irrefrenablemente gozoso a The Clash, “Ring of Fire”, al compromiso de Hank Williams y Johnny Cash y a su queridísimo Franklin, cerca de Nashville, Tennesse, que es “Till I Do It Again”.

fotografía del instagram de monticola_solitarius
Regresó para el bis con “Middle of América”, sincerándose al terminarla por la respuesta que esta canción había tenido en general, y esta noche en particular, fuera de su país. Debe ser por eso de la clase (obrera), que abunda, por muy difuminada que esté. Terminó el concierto con las dos canciones que cierran “Anchors” en una apuesta que solo él y su banda sabían ganadora, pues dieron la clave de lo que fue esa noche. Acabar un concierto con dos canciones nuevas, y conseguir subir aún más el grado de entrega y emoción es algo al alcance de muy pocos, y a mí, escribiendo esto, más me asombra y celebro haberlo podido ver. Si con la exultante “Young as We Will Ever Be” apareció de golpe el Will Hoge del maravilloso disco en directo autoeditado (during the Before and After del ya lejano 2004) con el que lo conocí en lo benditos días en los que uno se zambullía en myspace en busca de tesoros musicales desconocidos y le compraba casi a ciegas un puñado de discos a un cantante de Nashville y éstos te llegaban tres semanas después con una nota de agradecimiento incluida y al ponerlo sabías que sus canciones te iban a acompañar durante mucho tiempo pero no llegabas a imaginar que casi quince años después te siguiera emocionando del mismo modo.

Que el concierto terminase con “17”, una canción donde late el mismo espíritu terapeútico que el “Caravan” de Van Morrison, con Will Hoge cantando a capella la mitad de la canción al borde del escenario, fue un regalo demasiado bonito, tanto como para saber que una noche así le valdrá a más de uno como refugio para días oscuros donde buscar las ganas y los sueños que tan fácilmente creemos perdidos.





jueves, 1 de marzo de 2018

Varian Fry, vida y muerte de un hombre honesto

Introducción: A finales de enero colgué un artículo sobre Eduard Pernkopf, escrito para la revista La Aventura de la Historia (Pernkopf). En la introducción contaba que en un corto periodo de tiempo me había visto documentándome sobre dos personajes opuestos, definitorios de unos años determinantes. Desde que escribí sobre ellos pienso mucho en sus vidas, en lo que fueron y lo que representan, en cómo durante sus años claves influyeron a tanta gente, directa e indirectamente, y, sobre todo, lo que significa la manera en la que murieron. Esta que sigue es la vida de Varian Fry, escrita todo lo mejor que pude (sobre todo debido a las limitaciones del encargo, número de palabras). A sus pies, admirado Varian. 

La Aventura de la Historia, Año 20 nº 231. Enero de 2018. Depósito legal: M-4597-2012.


“LOS ALEMANES IBAN DE GRIS, TÚ IBAS DE AZUL”. 
BREVE HISTORIA DE VARIAN FRY
por Juan Miguel Contreras


Cuando el 13 de septiembre de 1967 murió a los 59 años un hombre llamado Varian Fry, la onda expansiva de tan luctuoso hecho apenas transcendió los muros de su humilde casa de Redding, el pequeño pueblo de Connecticut donde había vivido sus últimos años. Pocos lamentaron públicamente su pérdida. Claro que, ¿quién había sido ese hombre, qué es lo que había hecho para poder censurar la ausencia de conmoción por su fallecimiento? Posiblemente sean muchos los sentimientos, ideas, novelas, ensayos y vidas las que, sin la idealista determinación de Varian Fry, se hubieran perdido: fue él quien ayudó a más de 2.000 personas a abandonar Francia durante la ocupación nazi, incluyendo a líderes políticos, culturales y laborales como Hannah Arendt, Marc Chagall, Wanda Landowska, Max Ernst, André Breton, Arthur Koestler, Alma Mahler o Leon Feuchtwanger.

La fulminante ocupación de Francia por los ejércitos de Hitler de alguna manera también colapsó a los Estados Unidos y Gran Bretaña, empeñados en mirar hacia otra parte. En medio de un debate público que amenazaba con fracturar a la sociedad estadounidense, surgieron voces que mostraron su preocupación por los refugiados en Europa, tal y como anteriormente la guerra civil española había provocado. El foco se centró en el artículo 19 del Armisticio Franco-Alemán, donde se decía que cualquier ciudadano debía ser entregado a las autoridades nazis si así era demandado.

En 1940, un grupo de ciudadanos se reunió en Nueva York y organizó el Comité de Rescate de Emergencia (ERC) para ayudar a los judíos y no judíos disidentes desplazados por la guerra. Varian Fry, un joven editor de la Asociación de Política Exterior de Headline Books y uno de sus fundadores, se ofreció voluntario para viajar a Francia y brindar ayuda y asesoramiento a refugiados antifascistas.

Hijo único de un conservador liberal protestante de Wall Street, nació en la ciudad de Nueva York el 15 de octubre de 1907, y fue criado en el suburbio de Ridgewood, Nueva Jersey. Su madre había sido maestra de escuela pública y le hizo un gran lector.  Siendo universitario en Harvard fundó la revista literaria Hound & Horn, donde defendió a autores prohibidos por entonces como Joyce o Henry Miller, y llegó a ser expulsado durante varios meses antes de graduarse en 1931. Su gama de estudios fue amplia, con especial énfasis en los clásicos de Grecia y Roma. Un viaje a Alemania en 1935 lo convirtió en un ardiente anti-nazi. No fue hasta 1940 cuando se presentó la oportunidad de hacer algo concreto más allá de denunciar la situación. “Recordaba lo que había visto en Alemania. Sabía lo que les pasaría a los refugiados si la Gestapo se apoderara de ellos. Era mi deber ayudarles”. Tenía 32 años. 

Gracias a la intermediación de Eleanor Roosevelt, el Departamento de Estado de los EEUU hizo una excepción en su restrictiva política de visados, proveyendo de permisos de entrada a un número limitado de doscientos refugiados. La paradoja estribaba en el hecho de que el ERC era una asociación no gubernamental financiada de manera privada, pues la diplomacia aún imponía la neutralidad. La indolencia respecto de la barbarie nazi se mantuvo hasta Pearl Harbor, lo cual no se entiende sin tener en cuenta la polarización de la opinión pública, las alabanzas que su aliado Winston Churchill prodigó a Hitler en 1938 (de las que aún no se había retractado) y, sobre todo, por los negocios del régimen nazi con grandes industriales norteamericanos, al que suministraban armas y materias primas a través de Suiza.

Así pues, Fry viajó en calidad de periodista, sin que se supiera nada del encargo de ayudar a intelectuales y figuras de renombre varados en Francia. Su función era llegar a Marsella y hallar la manera de sacarlos de allí antes de que los alemanes los reclamasen. Su misión, por tanto, no era meramente humanitaria, sino también incómodamente elitista, sin embargo no eran tiempos para remilgos. Aún así, Fry, cuyo conocimiento del espionaje provenía únicamente de las películas, se encontró protagonizando una historia brutalmente heroica. Su valiosísimo libro, “La lista negra”, publicado en España por la editorial Confluencias, resulta totalmente imprescindible, no sólo para comprender lo que hizo, sino también para entender el espíritu y los valores que gran parte de esa generación de entreguerras poseyó y la guerra sepultó. 

Llegó a Marsella a principios de agosto de 1940, con 3.000 dólares ocultos bajo la ropa, una maleta con ropa y una lista de 200 refugiados en peligro. Esperaba permanecer un mes, pero rápidamente se dio cuenta de que la situación era dramática y su trabajo mucho más complicado de lo que había imaginado. Los que huían del Tercer Reich eran miles, y las autoridades francesas cooperaban con los alemanes al negarse a expedir visas de salida.  

Durante las primeras semanas se estableció en el hotel Splendide, pero los rumores de su llegada se extendieron tan rápidamente que su plan inicial se desbarató al momento: los refugiados pagaban altas sumas en el mercado negro solo por conseguir su dirección. Pronto descubrió que el consulado norteamericano no iba a ayudarlo y que tendría que trabajar de modo independiente. Fry decidió actuar libremente rodeándose de un grupo reducido al que denominaron el Centro Americano de Socorro (Centre Americain de Secours). El trasiego de personas en su cuarto del hotel Splendide era tal (entrevistaban entre 60 y 70 personas por día) que resultaba imposible mantener su coartada de periodista.

Uno de los pasaportes de la red de Fry

Cada uno de los más cercanos colaboradores de Fry merecería artículos aparte: El falsificador de pasaportes y visados Bill Freier, llamado artísticamente Bill Spira, deportado a Polonia en 1942 y que logró sobrevivir a varios campos; la estudiante de arte y arquitectura de la Sorbona Miriam Davenport; la “pasadora de fronteras” Lisa Fittko; la rica heredera de vida novelesca Mary Jane Gold; el actor, activista y soldado de la Royal Air Force Charles Fawcett o el periodista y musicólogo Charles Wolff, que acabaría torturado y asesinado por la Milicia fascista en Toulouse, fueron algunos de ellos.

Aunque no tenía experiencia en el trabajo clandestino, Fry organizó y puso en marcha una compleja operación. Una vez que los doscientos visados norteamericanos se agotaron, intentó obtener visas de otros países; falsificaron documentos e hicieron transacciones en el mercado negro; algunos refugiados fueron enviados clandestinamente en barcos de guerra hacia el norte de África disfrazados de soldados desmovilizados; otros fueron sacados de Francia por la frontera con España. Sus actividades alcanzaron unas dimensiones tan significativas que se volvió imposible seguir manteniéndolas en secreto. La Policía francesa emprendió acciones contra él y, tanto la embajada norteamericana en Vichy como el consulado en Marsella, le negaron todo tipo de ayuda. La policía allanó sus oficinas y lo detuvo en varias ocasiones. En diciembre de 1940 fue retenido en un barco-prisión en el puerto de Marsella. Vencido su pasaporte y dispuesto a continuar su labor hasta que fuese expulsado, fue entonces cuando alquiló la villa de Air-Bel, a las afueras de Marsella. Por aquella mítica casa recalarían personajes como André Breton, Max Ernst, Victor Serge y decenas de refugiados de la élite cultural de entonces. Para la mayoría de ellos, cualquier paso en falso podía significar la detención, la deportación o la muerte. Y aunque tanto él como sus colaboradores pasaron por grandes sacrificios personales (hambre, frío, sueño, amenazas, presión) no fueron pocos los momentos de distendida felicidad y confraternización.

Fry con André Breton, André Masson y la esposa de Breton, Jacqueline
Por seguridad, Fry destruía la mayor parte de sus papeles cada noche, pero para mayo de 1941, de acuerdo con sus estimaciones, habían atendido unos 15.000 casos. De ellos, aproximadamente 4.000 personas recibieron asistencia y visados y 1.000 habían sido sacadas clandestinamente de Francia por diversas vías. En agosto del 41 Fry fue arrestado por la policía francesa, dándole un plazo de una hora para recoger sus pertenencias antes de acompañarle en tren hasta la frontera española. Se le dijo que su salida forzosa había sido ordenada por el Ministerio del Interior francés en coordinación con la embajada estadounidense.

Fue expulsado por el gobierno francés de Vichy como “extranjero indeseable” por proteger a judíos y anti-nazis. Fry describiría luego su partida: “Era un día gris y lluvioso cuando abordé el tren. Miré por las ventanillas e innumerables imágenes se acumulaban en mi mente. Pensé en los rostros de los miles de refugiados que había enviado afuera de Francia, y los de miles más que había tenido que dejar tras de mí”. De regreso a Nueva York, contó su historia y trató de advertir sobre la inminente masacre de los judíos y disidentes, pero hasta el ataque a Pearl Harbor en diciembre, el gobierno no hizo nada.
Su vida entró en declive. Nada podría igualar la misión llevada a cabo en Francia. “Las experiencias de 10, 15 e incluso 20 años han sido comprimidas en una”, escribió. Incapaz de maneja la rutina y rechazado por el ejército a causa de una úlcera estomacal, Fry pasó de un trabajo a otro, desde el periodismo hasta la edición de revistas, la producción de películas y finalmente la enseñanza secundaria. Investigado por el FBI, numerosos amigos comenzaron a evitarle. El 13 de septiembre de 1967, la Policía Estatal de Connecticut encontró a Fry en la cama, muerto a causa de una hemorragia cerebral. Pocos meses antes, veintiséis años después de ser expulsado, el gobierno francés le galardonó con la Orden de Caballero de la Legión de Honor.

Es lógico que Varian Fry genere en nosotros una historia distorsionada y hasta cierto punto romántica, con exiliados desesperados, nazis amenazadores, contrabandistas, gendarmes de dudosa catadura moral, documentos falsificados y fugas a medianoche a través de las montañas, casi como si fuese el guión de alguna vieja película de Hollywood. Quizá lo único que falte sea Peter Lorre. Pero a cambio tenemos a Marcel Duchamp y un puñado de maravillosos surrealistas. Más que Bogart, uno casi espera la aparición de Groucho Marx. Pero el que estaba ahí era Varian Fry, afortunadamente.


LA LISTA NEGRA. VARIAN FRY. http://www.editorialconfluencias.com/la-lista-negra/
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