lunes, 16 de octubre de 2017

CEMENTERIO MILITAR DE CUACOS DE YUSTE

CEMENTERIO MILITAR DE CUACOS DE YUSTE: CUANDO LA MUERTE BORRA LAS HUELLAS Y A LA VEZ LUCHA CONTRA EL OLVIDO.
Artículo publicado en la revista La Aventura de la Historia, número: 219


1.
... os aviso, cuando a los grandes de este mundo les da por amaros, es que van a convertiros en carne de cañón...”
En ningún Cementerio Militar hay escrita esta frase de “Viaje al fin de la noche” de Louis Ferdinand Céline, aunque creo que no sería mala idea. Visitar un cementerio militar cuando no te une ningún vínculo familiar con nadie de los allí enterrados, es muy extraño, siempre. Sobre todo cuando los otros lazos casi se han desatado y no hay ni patria ni ideología ni religión que te conecte a esos cuerpos. Pero siempre queda algo, los muertos siempre dejan algo más, no solo un puñado de monedas a Caronte. Todos los cementerios guardan, por pequeña que sea, una porción de belleza y de verdad, que además suelen coincidir en la misma cosa. En la comarca de La Vera, al norte de la provincia de Cáceres, concretamente en Cuacos de Yuste, se encuentra el único cementerio militar alemán de toda España. En él se encuentran los restos de 180 soldados germanos, fallecidos durante la Primera y Segunda Guerras Mundiales en territorio español o cerca de sus costas.

En esa ladera de la sierra de Gredos, veintiséis olivos cobijan con su sombra una formación de cruces grisáceas exactamente iguales. Una imagen impactante: 180 sencillas cruces de granito oscuro, cuidadosamente alineadas. El cementerio consta aproximadamente de 3.850 metros cuadrados, con robles y alcornoques rodeando una capilla y el claro donde están enterrados esos militares caídos en época de guerra. Al lado de la carretera que sube al monasterio, una pequeña muralla y un igualmente pequeño aparcamiento adosado al arcén, da paso a un sendero que conduce hasta la capilla. En torno a ésta se encuentran, por un lado, los jardines y, del otro, tres patios funerarios y las tumbas. Al llegar a la puerta de la capilla, posiblemente uno se tope con Pedro, un amable rumano que dice vivir allí y que se ofrece como oficioso guía a quien lo desee. Muy cerca de él dormita un perro llamado Pablo. Viste un mono azul, sonríe constantemente y en sus ojos no hay ni rastro de locura, al contrario, son serenos y amistosos. Paseando por entre las tumbas uno se pregunta muchas cosas, y también en qué lugar dormirán Pedro y su perro, cómo serán las noches en aquel lugar, en mitad de una carretera algo escarpada de una sierra fecunda, acompañado de cruces de granito.

Grabadas en las cruces puede leerse el nombre del militar, su rango y el día de su fallecimiento. Bajo ellas se encuentran enterrados aviadores y marinos alemanes de la primera y segunda Guerra Mundial que llegaron a las costas y tierras españolas debido a naufragios o derribo de sus aviones; 26 militares de la Primera Guerra Mundial, 129 de la Segunda, la mayoría de ellos pertenecientes al Ejército del Aire (Luftwaffe) y a la Marina de Guerra (Kriegsmarine), 25 In Memorian (no contienen restos) y ocho de soldados desconocidos. No hay ningún otro símbolo más allá del silencio que envuelve el lugar.



2.
Después de la Gran Guerra, a finales de 1919, nació en Alemania la Comisión de Cementerios de Guerra Alemanes (Volksbund Deutsche Kriegsgräberfürsorge), una asociación no gubernamental cuyo objetivo era buscar, promover y conservar las tumbas de los militares fallecidos fuera de sus fronteras. Dicha entidad ha estado activa desde entonces, con un pequeño “paréntesis” durante la Segunda Guerra Mundial, manteniendo un total de 827 camposantos en 45 países. En 1954, recibió el encargo del Gobierno de la República Federal de Alemania de buscar en el extranjero las sepulturas de los soldados alemanes, no para repatriarlos, sino para reunificarlos, creando para ello cementerios propios en esos determinados países.

La Comisión adquirió en 1975 un terreno en el que finalmente se establecería el cementerio militar alemán, concretamente en el municipio de Cuacos de Yuste. El motivo de su ubicación hay que buscarlo en el monasterio donde el emperador Carlos de Austria o Habsburgo, conocido como Carlos I de España y V de Alemania, pasó sus últimos meses: En 1556 el emperador Carlos abdica, dejando sus reinos en manos de su hermano y su hijo e instalándose en la comarca de La Vera a fin de encontrar mejoría para la molesta enfermedad que le aquejaba (gota). Mientras se hospedaba en el castillo de Oropesa por cortesía de Fernando Álvarez de Toledo y Figueroa, mandó construir junto al Monasterio de Yuste una casa palacio, donde se hospedó desde febrero de 1557. Poco más de un año después fallecería víctima del paludismo, el 21 de septiembre de 1558. Ese es el motivo principal que explica porqué dicho cementerio se encuentra allí. Aunque en 1573 Felipe II trasladó los restos de Carlos V de Cuacos de Yuste al Panteón de los Reyes del Monasterio de El Escorial, siempre fue el deseo del emperador Carlos que sus restos descansasen allí. Resulta imposible imaginar el deseo último de los soldados alemanes que fueron trasladados a unas decenas de metros del monasterio, pero seguramente ninguno imaginó que pudiese ser aquel.

En junio de 1980 comenzaron las obras del cementerio. Al mismo tiempo, una joven empleada de la Embajada Alemana en España, llamada Gabriele Marianne Poppelreuter, iniciaba la búsqueda de las tumbas de todos los soldados alemanes que se hallaban distribuidas por el estado con el fin de trasladarlos al futuro cementerio. Tardó tres años en dar por finalizado su trabajo (recorriendo más de 15.000 kilómetros en ello). Los restos de los militares fueron introducidos en urnas precintadas y rotuladas que fueron almacenadas en una sala del Palacio del Monasterio hasta la finalización de las obras, pudieron ser inhumados. El cementerio se inauguró el 1 de junio de 1983 con una misa oficiada conjuntamente por un sacerdote protestante y el abad del Monasterio de Yuste. Una placa en la entrada del recinto explica su origen, señalando que los soldados “pertenecieron a tripulaciones de aviones, submarinos y otros navíos de la Armada hundidos. Algunos de ellos murieron en hospitales”. Ninguno de los enterrados en Cáceres perteneció a la Legión Cóndor que luchó en la Guerra Civil española. “Sus tumbas estaban repartidas por toda España, allí donde el mar los arrojó a tierra, donde cayeron sus aviones o donde murieron”.

Aunque el camposanto fue diseñado para albergar 186 tumbas, finalmente sólo fueron ocupadas 180 debido a problemas en las exhumaciones. 25 fosas no guardan cuerpo alguno, debido a que los mismos habían sido depositados en osarios comunes o se desconoce su destino. Son las cruces que llevan la inscripción In Memoriam. Tanto en unas como en otras tan solo aparece el nombre del fallecido, su ocupación en el momento de la muerte y la fecha de nacimiento y defunción, sin diferenciar rangos militares. Además, los soldados están agrupados con los de su mismo cuerpo de servicio y guerra en la que tomaron parte. También se colocaron ocho cruces pertenecientes a soldados cuya filiación se desconocía y en las que puede leerse la frase “Ein Unbekannter Deutscher Soldat” (Un soldado alemán desconocido).


3.
Cada año, el segundo domingo de noviembre, la Comisión de Cementerios de Guerra Alemanes organiza el Día de Luto Nacional (Volkstrauertag), en el cual se recuerda a todos estos soldados fallecidos dentro y fuera de sus fronteras, así como a los que en la actualidad se encuentran en misiones de paz o humanitarias.

En las últimas líneas de la placa conmemorativa del Cementerio Alemán de Cuacos de Yuste puede leerse: “Recordad a los muertos con profundo respeto y humildad”. Paradójicas palabras que siempre resultan certeras. Gran parte son muchachos que sólo contaban con 18 o 20 años.

martes, 10 de octubre de 2017

MADRID-MOSCÚ (Notas de viaje, 1933-1934). RAMON J. SENDER

MADRID-MOSCÚ (Notas de viaje, 1933-1934). RAMON J. SENDER. Ed. Fórcola
Reseña aparecida en el número 225 de la revista La aventura de la Historia. Julio 2017




Valiosísima reedición de estas crónicas de Sender, las cuales no habían vuelto a ver la luz desde 1934, cuando la editorial Pueyo las reunió; valiosas tanto por lo que en ellas se cuenta, la visita del escritor a la Unión Soviética invitado por la Internacional Comunista, como por el meritorio intento de la Editorial Fórcola de poner en valor la, parece, actualmente olvidada figura de Ramón J. Sender. El luminoso y justo prólogo de José-Carlos Mainer vale por sí solo la adquisición de este libro, recordando y profundizando en una biografía apasionante, contradictoria, vital, paradigmática, inspiradora y terrible. Perseguido por unos y por otros, su huida de España no pudo ser más dramática. Estas crónicas pertenecen por tanto a ese periodo donde todo podía pasar, las ideas parecían convulsionar continentes y el fin de las categorías que regían el mundo estaban a punto de estallar.

A raíz del triunfo de Hitler en 1933, se constituyó la Asociación de Amigos de la Unión Soviética. Un año antes Sender había publicado su cuarta novela, Siete domingos rojos, basada en la historia del movimiento anarquista español. Es en este contexto cuando la Komintern lo invita a visitar la URSS. Al año siguiente de su regreso, con Mr. Witt en el cantón, ganaría el Premio Nacional de Literatura.

Queda patente que Sender cae en el mismo juego de los soviéticos con los que se rodea: purga su mirada porque ha sido invitado por la Komintern y hace lo que se espera de él, dando cuenta de la maravilla y de los esfuerzos por conseguirla. Pero también escribe que en Polonia había oído decir que Stalin tenía mentalidad de limpiabotas. El propio Sender confesó en 1965 que fueron estas crónicas las que provocaron la campaña de desprestigio que casi le cuesta la vida durante la guerra civil, perseguido por los golpistas y, a la vez, sospechoso en el bando republicano de portar el virus trotskista tras su regreso. Algo que, todo sea dicho, se puede rastrear en estas notas a través de pequeñas frases escondidas, creando con el lector una especie de jugosa y bipolar lectura (todas las críticas a Stalin siempre escribe que se las cuentan otros). Aunque resulta obvio que es preciso contextualizar, el libro resulta apasionante porque refleja a la perfección todas las contradicciones en las que se debatían los revolucionarios de la época: Admirados por la industrialización y logros de la Revolución, corrieron el riesgo de cegarse y justificar las voces que se estremecían bajo todo ello. Sender da buena cuenta de ello en estas crónicas periodísticas (donde pretende únicamente informar) mientras narra sus peripecias (el simulacro sorpresa en Leningrado de un ataque con gas químico resulta tan brillante como cómico). La ineludible humanidad y apasionamiento histórico de Sender nos hace comprender por qué no ve, por qué no quiere ver, por qué cree que aquello de lo que intenta dar cuenta de manera estilísticamente tan brillante es condición ineludible para la construcción del hombre nuevo: Porque el camino hacia la concreción de dicho hombre no está exento de sangre. Sin embargo, hoy es fácil entender que aquello había derivado más en un Purgatorio que en un Paraíso, pero los ojos de Sender son otros y prejuzgarlos es el mayor error que uno puede cometer al acercarse a este libro brillante, ameno, fascinante y, también, inconsolable.

ficha del libro en la página de la editorial:
http://forcolaediciones.com/producto/madrid-moscu/


viernes, 6 de octubre de 2017

TRENES RIGUROSAMENTE VIGILADOS. Bohumil Hrabal

TRENES RIGUROSAMENTE VIGILADOS. Bohumil Hrabal. Editorial Seix Barral.
Reseña aparecida en el número 221 de la revista LA AVENTURA DE LA HISTORIA

Fotograma de la película basada en el libro de Hrabal, de Jiri Menzel


La vida de Hrabal impregna su obra y es a través de ella como uno puede acercarse a la vida, no ya la de Bohumil, sino de un siglo, el pasado, para encontrar e iluminar retazos de la propia; tal es la fuerza narrativa del escritor checo. La Editorial Seix Barral recupera con mimo esta ya clásica novela que nunca ha llegado a desaparecer del todo de las librerías de nuestro país. La obra de Bohumil Hrabal (1914-1997) refleja como pocas el heroísmo cotidiano del hombre, de cualquier hombre, común, gris, vital y monótono, sumido en el surrealista devenir de la vida. Sus libros, y este en particular, están repletos de gags y humor negro que rezuman sabiduría popular y preguntas siempre sin contestar.

Trenes rigurosamente vigilados (1965) es una novela construida a partir de un relato anterior, llamado “La leyenda de Caín”, de 1945, inspirado El extranjero de Albert Camus. Aquí, en lugar de un fratricidio, lo que se comete es un intento, frustrado, de suicidio. Durante esos 20 años, Hrabal dejó madurar esa historia. Mientras tanto, sus cuadernos se llenaron con historias y anécdotas de ambiente ferroviario, que escuchaba en las tabernas o que vivió él mismo (uno de los trabajos que desarrolló a lo largo de su vida y de los que en su obra da buena cuenta; además de ferroviario también fue metalúrgico, prensador de papel y tramoyista). En los sesenta retomo aquella historia y surgió este maravilloso libro, pequeño y divertidísimo (la primera mitad está repleta de disparatados malentendidos que esconden verdades tan terribles como livianas),  que gravita sobre un hecho trágico: la ocupación nazi de la antigua Checoslovaquia y cómo sus ciudadanos la vivieron con tan humanas contradicciones. La verdad como un desvelamiento que solo tiene fin cuando se toma partido y se asume el destino que ello conlleva. La burlona levedad de la vida de una pequeña estación mezclada con la tragedia más descarnada en unas páginas llenas de una belleza arrebatadora que siempre merecerán ser rescatadas.  

Juan Miguel Contreras.

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